En busca de la ciudadaní­a perdida


En tiempos no tan inmemoriales, durante el surgimiento de la democracia en las ciudades-Estado de lo que ahora se conoce como Grecia, la democracia se ejercí­a tal y como se deberí­a entender, es decir, el Gobierno para el pueblo y por el pueblo.

Mario Cordero ívila
mcordero@lahora.com.gt

Yo sé que diré muchas cosas que ya todos saben. La antigua cultura griega fue más bien una casualidad, una confluencia de valores y tradiciones en común, que unió a varias ciudades entre sí­. Sin embargo, éstas tení­an sus propias autoridades, sus propias decisiones, incluso sus propios dioses y leyes.

Es decir, la ciudad se regí­a por sí­ misma. Y por ello, constituí­an un pequeño Estado y Nación. Esta ciudad-Estado era tan pequeña que alcanzaba para que toda la población participara activamente en la discusión de los problemas y en la propuesta de las soluciones.

Ello significaba que los ciudadanos participaban activamente en la legislación y regencia de la ciudad. No se aceptaba una ley sin que todos la conocieran. No se iba a la guerra si no habí­a mayorí­a real. No se condenaba a una persona, o no se aceptaba a un nuevo dios, sin consenso.

Esto, claro está, significaba un gasto enorme en la utilización de energí­a y tiempo de los propios ciudadanos. Estar activamente involucrado en la vida polí­tica significaba que quedara poco tiempo para otras actividades, como las comerciales o las hogareñas.

De esa cuenta, el sistema democrático total de Grecia, sólo podí­a sostenerse con un sistema económico a base de la esclavitud. Mientras los hombres libres hací­an vida pública, los esclavos deberí­an hacer las labores domésticas y trabajo productivo.

Obviamente, el mismo colapso griego se produjo al crecer de una manera peligrosa este mismo sistema. El número de esclavos era tres veces mayor al de ciudadanos libres, y, también, ante el crecimiento de las ciudades, era difí­cil mantener la democracia participativa.

Hoy dí­a, como todos saben, el sistema democrático es el mayor aceptado en todo el mundo, sólo que se ha transformado en una democracia representativa, en que, en teorí­a, todos elegimos a nuestro representante en la toma de decisiones, ante la imposibilidad de que los Estados puedan albergar una discusión de millones de ciudadanos.

El problema, al menos en paí­ses como Guatemala, es que el sistema no es representativo. El sistema polí­tico nos indica que es una «obligación y derecho» elegir a nuestras autoridades. Pero, esto de a poco tiene menos de «derecho» y cada vez más es una «obligación».

Es decir, el sistema polí­tico se ha convertido en que los «ciudadanos» sólo emiten su voto, pero no para elegir representantes, porque las autoridades cada vez nos representan menos.

Entonces, el sistema pareciera que cada vez se torna más parecido al sistema griego, sólo que bastante tergiversado, ya que para que se mantenga el sistema para que los polí­ticos puedan hacer vida pública, necesitan un pueblo que trabaje casi como esclavos.

Lo supe este fin de semana, cuando limpiaba la arena volcánica que expulsó el Pacaya. La actividad era agotadora. No es que me moleste realizar labores de limpieza. El problema es que me sentí­a estar haciendo una labor muy pesada, mientras que las autoridades del Estado, nuestros «representantes», no le hallaban ni pies ni cabeza a la tragedia nacional, que combinó una erupción volcánica seguida del ingreso de una tormenta tropical, todo en menos de 48 horas.

El sistema de democracia representativa se está degenerando peligrosamente, sobre todo porque hemos abandonado la práctica de la ciudadaní­a. Es decir, la capacidad que tenemos de participar activamente en la discusión y solución de la cosa pública. Hemos dejado en manos de nuestros «representantes» sólo para darnos cuenta de que no nos representan, y que hacen vida pública sin tomarnos en cuenta. Como hací­an los antiguos ciudadanos griegos, que no tomaban en cuenta a sus esclavos.

Creo que deberí­amos reformar nuestro sistema polí­tico electoral para que se convierta realmente en representativo, así­ como propiciar actividades para retomar el uso y práctica de la ciudadaní­a, es decir, que aunque tengamos representantes, hacerles sentir que las decisiones las tomamos todos, y ellos sólo se limitan a dar voz y voto a nuestras aspiraciones. (http://diarioparanoico.blogspot.com)