Indudablemente que somos una sociedad compleja. Con un Estado que no funciona adecuadamente como un Estado. Que ha tenido muchas víctimas, precisamente por acciones imputables y propias de un terrorismo de un Estado manipulado por unos pocos. Que no alcanzamos a entender nuestra historia y que solemos repetir los errores de nuestros ancestros. Que como todo colectivo busca y necesita modelos, paradigmas que seguir, que imitar. Pero, lamentablemente en esta atmósfera de exceso de decesos, confundible que está una parte de nuestra juventud, su búsqueda de héroe, su modelo a seguir, se circunscribe a una causa mañosamente manipulada.
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Hace una semana este espacio no apareció por una de esas «travesuras» cibernéticas que suelen darse. A los apreciables lectores que se percataron de su ausencia, mi excusa total. Fue una situación totalmente involuntaria. Desde el inicio de la construcción de lo que hoy conocemos como el Estado de Guatemala, ha habido una serie de mentiras. La justicia se ha aplicado discrecionalmente y la paz es una utopía cimentada sobre privilegios para unos, exclusiones y discriminaciones para las mayorías. El resultado es que en medio de la riqueza de nuestro suelo, cientos de miles de guatemaltecos hoy viven al margen del desarrollo. Viven con hambre y marcados por un destino cuya crueldad les anticipa una muerte prematura.
La verdad de nuestra historia está marcada por muchas mentiras oficiales. El caso Rosenberg ha generado un despertar y un halo de participación en un segmento poblacional importante: la juventud. Lastimosa y mañosamente, esta participación también se fundamenta en peticiones erróneas. Dos ejemplos rápidos de su habilidoso engaño: en nuestro ordenamiento jurídico no existe la revocatoria del mandato. Y el derecho de antejuicio no es renunciable. El antejuicio se puede despojar sí y solo sí existen elementos racionales y apegados a derecho que así lo determinen.
El denominado «Movimiento Cívico Nacional» calza su campo pagado del sábado 23 de mayo, con una estrofa el himno nacional, dicen: «Nuestros padres lucharon un día,/ encendidos en patrio ardimiento,/ y lograron sin choque sangriento/ colocarte en un trono de amor». Es una estrofa linda, pero una tremenda y total mentira. La emblemática frase se refiere al 15 de septiembre de 1821. Y lo actuado en aquella ocasión fue el gesto de unos pocos para hacer un acto a espaldas del pueblo, «por las terribles consecuencias, si la (independencia) la hiciese el mismo pueblo» [Artículo 2 del «Acta de Independencia»].
No puede haber desarrollo si no hay paz. No puede haber paz si no hay justicia. Y la justicia se ha de aplicar a todos por igual, sobre la base de la verdad. Y muchos lectores pregonan, se preguntan y cuestionan que tal clamor se habrá de traducir por la vía del rompimiento del orden constitucional. Se ha ilustrado que esa no es la ruta, más que la que han seguido aquellos que han visto a nuestro país como algo exclusivo de ellos y por lo tanto como patraña cualquier atisbo de ordenamiento jurídico. El sistema lo construimos con nuestra participación ciudadana activa. Mediante una serie de acciones selectivas que nos permitan exigir con rigor propuestas de cambio viables y realizables. Y aunque disguste, apegadas a derecho. Lo contrario es un disfraz de una actitud repetitiva.
Poco a poco el tiempo nos dirá si de toda la crisis derivada del caso Rosenberg podremos encarar la restauración de una institucionalidad mañoseada por el político maniquí del poder oligárquico que nos ha vendido farsas. Si es cierto que estamos en capacidad de rechazar esos renovados espejitos de democracia electoral, dejando al margen el advenimiento de auténticas acciones que conlleven democracia en el orden económico y social. En efecto necesitamos héroes. Pero más que la idealización de las víctimas de la violencia, necesitamos asumir un papel más activo para promover cambios en nuestra sociedad que se fundamenten en la verdad, con justicia, para que haya paz y desarrollo PARA TODOS.