Una anciana afgana, con el pelo teñido de rojo y un chal negro en la espalada grita mientras apunta con una pistola hacia los marines estadounidenses que detienen a su marido, sospechoso de ser un talibán.

Un marine dirige su fusil de asalto contra ella, dispuesto a disparar, hasta que la mujer suelta el arma oxidada.
Los soldados norteamericanos, acompañados de militares afganos, han registrado durante toda la semana pasada pueblos de la provincia de Farah (oeste de Afganistán) en busca de material destinado a fabricar bombas artesanales, las llamadas IED (Improvised explosive devices), ampliamente utilizadas en la región.
Al menos 30 aldeanos murieron desde junio a causa de esas bombas en la región del paso de Bhuji Bhast, valle rocoso en el que también decenas de marines fueron heridos.
Desde principios de año, tres de cada cuatro soldados de las fuerzas extranjeras muertos en Afganistán fueron víctimas de esas bombas.
«Tratamos de contrarrestar las fuerzas talibanes en Bhuji Bhast porque, en un radio de cinco kilómetros, fuimos afectados por unas 30 IED en los cinco últimos meses, y hablo sólo de nosotros», explica el teniente Shane Harden, de 29 años de edad.
«Tratamos de inculcar a los pobladores de estos pueblos la responsabilidad de su propia seguridad», agrega, ya que los rebeldes «no sólo matan marines norteamericanos, sino también a su propia gente. Si quieren que este país cambie, deben resistir a los talibanes», dice.
En Kotalak, uno de los numerosos pueblos hostiles de Bhuji Bhast, fueron detenidos el marido de la citada anciana y su hermano, al que le falta un brazo.
Al registrar su casa de adobe, los soldados encontraron 15 sacos de nitrato a amonio y 12 sacos de azúcar, productos utilizados a menudo para fabricar bombas artesanales, y municiones.
Mientras los marines ocupan las casas, en las que encuentran sobre todo animales enflaquecidos y amapolas de opio secas, las mujeres del pueblo, cubiertas por las burqas, se reúnen lejos de la mirada de los hombres.
Los largos registros de las casas permiten a los soldados encontrar también granadas, fusiles de la época soviética, municiones y propaganda talibán.
Cientos de marines vinieron al alba procedentes de la cercana base de Golestan, en helicópteros y vehículos blindados. Durante el trayecto hasta Kotalak, los insurgentes, instalados en las montañas que dominan el valle, los atacaron con ametralladoras pesadas, hasta que los helicópteros los hicieron huir.
Un habitante cuenta que los insurgentes bajan de las montañas por la noche para fabricar bombas artesanales en su pueblo, las colocan al amanecer y luego se retiran de nuevo a las montañas.
«Hacemos esto porque las IED se han extendido por todos lados, y nuestra única opción es registrar el pueblo», dice el sergento Todd Bowers a Naza Modeen, habitante del pueblo de Segosa, cerca de Kotalak.
El hombre, de 35 años de edad, observa cómo los marines registran sus cosas y luego responde a Bowers, a través de un intérprete militar: «Está bien que ustedes estén aquí. Necesitamos una fuerza de seguridad en el pueblo, porque aquí, (…) algunos quieren a los talibanes».
El comandante de los marines explica que tiene la intención de organizar una reunión con los ancianos de los pueblos, para explicarles la situación.
«No tenemos a nadie que nos dirija. No tenemos «ancianos»: aquí cada cual dice que él es el más anciano y que quiere mandar», responde Naza Modeen.
Los marines se instalan a pasar la noche en las cabañas del pueblo. En las montañas vecinas, tiros esporádicos de ametralladora y cohetes recuerdan que el enemigo no está lejos.