La incertidumbre se agudiza cada día entre el pueblo de Guatemala ante el incontrolable torrente de asaltos y actos de violencia en general. Pero sin duda, el atentado del pasado lunes con una bomba incendiaria en contra de un autobús de las Rutas Quetzal, el cual dejó el saldo trágico de siete muertos y alrededor de dieciocho heridos, fue la gota que rebalsó el vaso haciendo presagiar que está empezando un año borrascoso.
Existe el temor de que ante el desenfreno de la campaña electoral anticipada, intereses políticos perversos, pudieran estarse confabulando para crear una situación de ingobernabilidad en el terreno fértil de una democracia en descomposición, que es lo que prevalece en el país.
El ambiente está cargado de tanta tensión por la crisis política y social, así como por el recrudecimiento de la inseguridad ciudadana, especialmente en las camionetas del transporte tanto urbano como extraurbano, en donde los pasajeros no saben si llegarán con vida a su destino.
Aún cuando el gobierno de centro derecha, pero disfrazado de socialdemócrata del presidente ílvaro Colom prometió en su campaña política que combatiría la violencia con inteligencia, lo cierto es que las violaciones de los derechos humanos continúan igual o peor que en el pasado.
Asimismo, las constantes denuncias de ilegales y arbitrarios cobros en los principales servicios públicos de teléfonos, agua potable y electricidad, los continuos incrementos de los precios de los artículos de consumo diario, así como la incesante especulación frente a una significativa pérdida del poder adquisitivo de la moneda, están fomentando un enorme descontento no sólo entre los habitantes de las áreas urbanas, sino también de los sectores rurales.
Frente a este cuadro de frustración y desencanto, resulta chocante y censurable, la postura oportunista de algunos políticos ambiciosos, que demagógicamente han anunciado su convencimiento de que el 2011 será el año del cambio, mientras otros que piñatizaron el patrimonio del pueblo al privatizar las principales empresas estatales, sin ningún pudor realizan campañas millonarias con el slogan de «Retomemos el camino», cuando lo que representan es la reaparición del fantasma del fascismo bajo nuevas formas y con discursos de garantizar «el orden», pero enarbolando la bandera del viejo partido de la violencia organizada con el lema de Dios, Patria y Libertad.
Es una ofensa ofrecer que éste será el año del cambio, cuando científicamente está demostrado que las cosas continuarán igual, mientras las decisiones políticas importantes se sigan tomando en los círculos selectos del gran capital y los partidos se mantengan huérfanos de apoyo social y sin entusiasmo.