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Una fuerte tormenta destruyó las plantas de dos sembradores.
Los dos campesinos se encontraron en la plaza del pueblo poco tiempo después. Uno de ellos se quejaba de la gran desgracia que les había ocurrido. El otro le preguntó el por qué de sus lamentos.
–Hombre, pues me hace gracia tu pregunta. ¿No te ha preocupado a ti el que la tormenta destruyera toda tu milpa?–
–Pues no, no me ha preocupado.–
–Pero, ¿cómo que no? ¿Es acaso que no te importó quedarte sin cosecha?–
–Lo que sucede es que aún no he tenido tiempo para lamentar lo que pasó.–
–No te entiendo en absoluto.–
–Ven y lo comprenderás.–
Y lo llevó a su campo donde le mostró una verdadera extensión de hermosas plantas de maíz ya bastante crecidas.
–¿Ves por qué no he tenido tiempo de lamentar la tormenta?– Lo he gastado sembrando de nuevo lo que perdí. ¿Qué habría ganado con lamentarlo? ¿Qué has ganado tú?
Que las adversidades nos sirvan para estimular nuestro avance, no para retroceder.