Carla Gilkerson, una conductora de autobús de 54 años de edad, comparte un rato con sus amistades en la cafetería de Abner en este pequeño poblado de Ohio. Nunca ha ido a Nueva York y no conoce a nadie de los que fallecieron en los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2011. Sin embargo, tan sólo hablar de esos trágicos acontecimientos le trae lágrimas a los ojos.
En la acera de enfrente se encuentra uno de los más grandes monumentos en memoria de los sucesos del 2011: una torre de granito con los nombres de todas las víctimas, flanqueado por enormes columnas sacadas de lo que fueron las torres gemelas.
Gilkerson suele visitar el lugar y acariciar los nombres grabados en piedra. «Siento como si los conociera», expresó, «como si yo pudiera mantener viva su memoria».
Ha pasado casi una década desde los ataques terroristas, pero las emociones suscitadas por la tragedia no se han atenuado. A lo largo y ancho del país, proliferan las expresiones de luto colectivo: en varios parques hay monumentos de acero, en Las Vegas hay una maqueta de la Estatua de la Libertad, cerca de la zona cero hay una capilla de recordación. Incluso estadounidenses comunes que no perdieron a nadie en la tragedia sienten el mismo dolor.
Gilkerson lo expresa así: «Creo que para siempre estaremos de luto por lo que ocurrió ese día».
Expertos en psicología social dicen que las emociones se deben a que el pueblo estadounidense está aún procesando la peor tragedia de sus vidas, lo cual deben lograr antes de superar el dolor. «Se trata de un proceso de asimilar nuestra memoria colectiva», declara Michael Katovich, profesor de sociología en Texas.
En Hilliard, un suburbio de Columbus, la capital de Ohio, las emociones son palpables. Ninguno de sus 28 mil habitantes murieron en los ataques, pero aun así los residentes del pueblo sintieron la pérdida. El alcalde Don Schonhardt incluso fue a Nueva York a pedirle a las autoridades un trozo del Centro de Comercio Mundial a fin de erigirlo en un monumento.
«Sentíamos que aunque éramos una pequeña comunidad en el centro del país, teníamos el deber de decirle a Estados Unidos y a todo el mundo, que recordamos lo que ocurrió ese día», dijo Schonhardt.
El monumento llena toda una cuadra de la ciudad y contiene rieles oxidados del tren subterráneo que corría por debajo del Centro de Comercio Mundial, además de otras dos piezas de acero de las torres mismas.
Las Vegas tiene un monumento permanente en la maqueta de la Estatua de la Libertad en las afueras del «Casino-Hotel New York, New York». En días recientes hubo una exhibición reciente de objetos colocados en el lugar en los días después de los atentados. Una decena de camisetas de bomberos y policías de todo el país fueron exhibidas allí. Otros centenares de objetos fueron archivados y guardados en la Universidad de Nevada en Las Vegas. En esa ciudad de exceso y fantasía, el monumento es un sombrío recordatorio de la realidad.
El pequeño poblado de Shanksville, en el oeste de Pensilvania, sintió la tragedia como pocos otros: fue cerca de allí, en un verdoso campo, donde se estrelló el avión que había sido secuestrado por terroristas y cuyos pasajeros intentaron rebelarse.
Un monumento está siendo erigido allí a un costo de 60 millones de dólares. En el centro de visitas, la gente puede escribir mensajes expresando sus sentimientos en el lugar. Uno firmado por «Cathy» y fechado el 18 de junio dice: «Han pasado casi 10 años y todavía se me humedecen los ojos cuando visito un monumento o veo algo en televisión sobre los ataques. Es la pura verdad, nunca lo olvidaremos».
Expertos en duelo y congoja colectiva dicen que la mayoría de nosotros —por lo menos los que no perdimos a alguien en los ataques— estamos todavía procesando el dolor, que se irá atenuando de generación en generación.
«Cobrarle distancia es como un mecanismo de defensa», dijo Katovich, a profesor de la Texas Christian University.
Carla Ross, una experta en emociones colectivas que trabaja en Raleigh, Carolina del Norte, dijo que muchos estadounidenses están aún de duelo por el 11 de septiembre.
«Hay dos cosas que lo complican: La gente no sabe a quién perdonar, no sabe cómo superarlo. Y en lugar de llorarlo y superarlo, estamos echándole la culpa a toda una cultura. La gente está realmente lidiando con todo eso», dijo Ross, profesora de comunicaciones del Meredith College.
Gilkerson y sus amigos no desean olvidarlo. Sostienen que si olvidamos, quedarán en vano todos los sacrificios del personal de auxilio que acudió al lugar de los hechos, y de todos los soldados que lucharon en las guerras suscitadas a raíz de los ataques.
Brad Fetty, un bombero aprendiz de 34 años y chófer de autobús junto con Gilkerson, dijo que el monumento en su ciudad le suscita emociones y pensamientos complejos: «Â¿Qué es lo que estoy viendo? ¿Acaso hubo sangre, hubo lágrimas en este trozo de metal?»
Ross dice que las sociedades que han sufrido grandes tragedias nunca las superan completamente, aunque la pena se hace más leve con el tiempo.
«Usualmente ocurre que cuando la gente llega al final del proceso de duelo, empieza a recuperar la perspectiva, empieza a evaluar cómo el hecho les ha transformado de manera positiva», comentó Ross.
Karl Glessner trabaja como voluntario en el centro de visitas en Shanksville. Pasa días enteros en la explanada que pasa por encima del lugar donde 40 vidas llegaron a su fin, y rememora lo que vio y escuchó ese día. Glessner está ahí incluso cuando llueve, incluso cuando el calor agobia, siempre dispuesto a relatar la historia del día en que la tierra tembló por el impacto de la aeronave.
De cuando en cuando se le atora la voz rememorando los sucesos. Hablarle a centenares de personas sobre lo ocurrido le ha convertido en «una mejor persona», expresó, «es lo mejor que puedo hacer».
Schonhardt dijo que impulsó la construcción del monumento de Hilliard luego de dar conferencias en escuelas de la zona sobre el tema y darse cuenta que algunos de los niños ni siquiera habían nacido cuando ocurrieron los atentados.
«La idea era ayudar a los niños de nuestra comunidad a entender lo que ocurrió», dijo. «Esta plaza nos ayuda a ponerlo todo en perspectiva. Cuando uno pierde la inocencia de esa manera, los efectos son profundos, este es un hecho que nunca debemos olvidar».
Cuando se le pregunta si alguna vez los estadounidenses dejarán de estar de luto por el 11 de septiembre, Schonhardt hizo una pausa.
«Espero que no, creo que es importante que recordemos el sacrificio y la manera en que ese día nos cambió la vida. Una vez que uno supera ese sentido de recordación, las cosas pueden quedar en el olvido», expresó.