En los recientes homenajes académicos tributados a Marco Augusto Quiroa, son evidentes las paradojas. Cuando promovimos que la Universidad de San Carlos otorgara el Doctorado Honoris Causa a Luis Cardoza y Aragón, Quiroa no quiso formar parte del grupo promotor de un reconocimiento que consideraba impropio. El diploma del Emeritisimmum que le otorgó la Facultad de Humanidades, lo aceptó en una época de reafirmación de sí mismo, para imponerse en un medio propicio al ninguno. Al principio se entusiasmó con la distinción, pero dejó de considerarlo algo singular, luego de comprobar su devaluación cuando lo concedieron de manera indiscriminada a personas sin mayores merecimientos. Ese descrédito condujo a que no cuidara el diploma, que terminó por deteriorarse. Años después, alguien buscó congraciarse con Marco Augusto al lograr que se hiciera una réplica.
Su menosprecio por lo académico no provenía de profesionales de escasa significación, sino de constatar la franca decadencia de una institución que quedó en manos de mediocres, quienes pasaron a ocupar los espacios dejados por los mejores exponentes del pensamiento universitario, condenados al destierro o a la muerte durante la guerra interna. Marco Augusto se burlaba de la solemnidad, el acartonamiento y la poca imaginación en que había caído la universidad tricentenaria. A este recelo se sumó el cada vez más recalcitrante desenfado de su militancia en el grupo literario La rial academia, plena de ironías y desafíos al sistema, actitud colectiva que a sus integrantes nos marcó durante dos décadas. De ahí lo grotesco de un reconocimiento póstumo, por parte de quienes desconocen una postura desdeñosa hacia lo postizo o a destiempo. Falta el mejor homenaje de la lectura, sin disecciones ni imposturas.
La otra paradoja la trazaron las personas que se prestaron a una tragicomedia, en lugar de celebrar la vida de Marco Augusto en el mejor ambiente universitario de la ópera bufa. Aquí, debe señalarse dos tipos de complicidades. Una es la aviesa, de los menos, y la ingenua por parte del acompañamiento mayor, pero, hasta la mejor de las buenas intenciones no atenúan una gran injusticia, al no tomar en cuenta a Elsamiriam Solís Tablada, la compañera de hogar de Marco Augusto durante tres décadas. Esta mujer trabajadora y sensible lo acompañó en todo momento, en las alegrías y en el dolor, en la abundancia y en las penurias.
Fui un testigo privilegiado de los proyectos que compartieron como pareja, desde el peregrinaje que iniciaron en una habitación de hotel hasta las casas que construyeron juntos. También me consta que compartieron una labor que condujo a la consolidación de Marco Augusto como uno de los grandes de la pintura guatemalteca, condición que permitió patrocinar al escritor que bullía en su alma.
Los homenajes a Marco Augusto, al prescindir de la presencia de Elsamiriam Solís, como su verdadera compañera de hogar, resultan un agravio a la memoria colectiva de quienes conocemos más y odiamos menos. Las personas que se arrogaron derechos de sucesión o de representación, olvidan que hay leyes naturales superiores a las normas positivas. Además, han hecho a un lado la sabiduría, la equidad y el decoro que sólo proceden del reconocimiento de la superioridad de lo legítimo sobre lo legal.
Estas son palabras mínimas que reconocen un esfuerzo mayor, ya que el genio de Marco Augusto estuvo apuntalado todo el tiempo por la lealtad y el amor de Elsamiriam, quien también merece nuestro aplauso, solidaridad y reconocimiento.