Ella, mujer de 24 años, periodista recién graduada. Imaginó que podría materializar sus ideales y principios revolucionarios de izquierda cuando aplicó a un espacio laboral dentro de la bancada de un partido político de izquierda. Varias reuniones y entrevistas fueron necesarias para consolidar el contrato, mismo que compartiría con una joven mujer, colega y amiga suya.
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í‰l, cincuentón y asesor de bancada, aceptó gustoso mantener la figura de «jefe superior inmediato», asignado por el jefe de bancada. Al finalizar su primera semana laboral, í‰l decidió mostrarle los insumos que Ella utilizaría para la realización del trabajo divulgativo. Era marzo del 2008 y el calor abrazaba, recuerda.
Ambos decidieron ir a comer fuera. í‰l invitó a otros compañeros y fue así como todos coincidieron con Ella. A medida que las horas pasaban, las botellas iban vaciándose, hasta que llegó la hora de partir y í‰l le ofreció llevarla hasta su casa, no sin antes pasar por la casa de í‰l a dejar el equipo nuevo. Las insinuaciones comenzaron. «Quédate en mi casa, mi esposa no está». En el camino a casa í‰l le tomó la mano y dijo: «podríamos mantener una relación sentimental sin ningún tipo de compromiso». Ella le pidió que la soltara, negándose y argumentando que su ética revolucionaria no contenía la deslealtad femenina dentro de sus principios.
Las represalias ante la negación llegaron tal y como Ella lo supuso. En el trabajo era cotidiano el tronidos de dedos para apresurarla, críticas a su particular forma de vestir, etc. El temor no le permitió denunciarlo ante las instancias respectivas, se limitó a contárselo a sus amigos íntimos. í‰l ocupaba un cargo dentro del Comité Ejecutivo Nacional, Ella apenas acababa de afiliarse.
Tiempo después, obligada por sus mismos principios denunció el hecho como acoso sexual ante el Tribunal de Honor y Disciplina de ese partido. Fue su propia experiencia liberadora, pues una sanción moral hacia í‰l hubiese sido suficiente para hacer justicia. Sin embargo, el Tribunal siempre cuestionó el tiempo de espera en hacer la denuncia, incluso justificando el hecho al mencionar que fue una cuestión de copas.
Este fue el «castigo» que Ella obtuvo. Pasó de ser víctima a ser victimaria, acusada de intentar desestabilizar la estructura organizativa del partido.
Las mujeres somos castigadas por abrir la boca, por denunciar, por ser autónomas, por manifestar nuestras ideas e iniciativas basadas en los principios revolucionarios. Somos castigadas con sanciones injustas, con el descrédito y la conspiración, somos castigadas con acoso sexual, con despidos indirectos y marginación laboral.
Cabe mencionar que la Secretaria de Asuntos Políticos de la Mujer le pidió que no hiciera la denuncia. «No revolvás la mierda, vas a salir salpicada» fue la opinión que obtuvo de una columnista que ha enarbolado la bandera del feminismo.
Sin embargo, Ella denunció el hecho como práctica que promueve la ideología dominante desde las relaciones de poder y lo hizo confiando en que los basamentos políticos e ideológicos del partido de izquierda sancionarían el hecho para sentar un precedente, para que a ninguna de Ellas volviera a ocurrirle, sobre todo dentro de las filas de la izquierda.
Quizá ese sea uno de los retos en las organizaciones de izquierda: revolucionar desde adentro para revolucionar en la sociedad, promover el ejercicio del poder desde la equidad, el respeto a las diferencias y la lucha por la defensa de los derechos de las mujeres, sobre todo de aquellas que de muchas maneras han sido vulneradas.