Los eslovacos están convocados a las urnas el sábado para elegir Parlamento, en unos comicios marcados por tensiones con la vecina Hungría y por el impacto de la crisis económica.
«La carta húngara es un arma fuerte, en momentos en que los políticos no saben qué hacer con la economía», estima Norbert Molnar, redactor jefe del diario de la minoría húngara en Eslovaquia, UjSzo.
Las tensiones con el país vecino son históricas. Eslovaquia estuvo durante siglos unida al reino de Hungría, hasta la creación de Checoslovaquia en 1918.
Independiente desde 1993, este país de 5,4 millones de habitantes cuenta con una minoría húngara de unas 500.000 personas.
Las tensiones aumentaron tras la entrada en 2006 del partido xenófobo SNS en el gobierno eslovaco del primer ministro de izquierdas Robert Fico, que los sondeos dan como favorito en los próximos comicios. Varios incidentes xenófobos han tenido lugar desde entonces, a ambos lados del Danubio, que recorre parte de la frontera entre ambos países.
Aunque el SNS se enfrenta en estos comicios a la posibilidad de no superar el umbral del 5% de los votos para disponer de representación parlamentaria, el tema de las relaciones con Hungría está siendo ampliamente explotado.
La campaña electoral coincide con el 90º aniversario del Tratado de Trianon (4 de junio de 1920) que hizo perder a Hungría los dos tercios de su territorio, incluida Eslovaquia, y la mitad de su población.
Bratislava reaccionó violentamente a la reciente adopción por parte del Parlamento húngaro, en el que el partido de extrema derecha Jobbik acaba de entrar con fuerza, de una ley sobre la doble nacionalidad que da a los ciudadanos de origen húngaro en los países vecinos el derecho de obtener la nacionalidad húngara.
En respuesta, los diputados eslovacos han adoptado una ley que priva a los ciudadanos de origen húngaro de la nacionalidad eslovaca si deciden adoptar la de Hungría.
Fico acusó al partido Fidesz, en el poder en Budapest, de querer volver a la Gran Hungría anterior a Trianon. Llegó a tildar a Hungría de «país extremista» que exporta su fascismo, en una entrevista al diario francés Le Figaro.
En un anuncio de televisión, Fico afirma que «Eslovaquia está amenazada no solo por la crisis económica, sino también por la política que busca recrear la Gran Hungría».
El partido SNS ha hecho campaña con el eslogan: «Â¡Que nuestra frontera siga siendo nuestra frontera!». Irónicamente, esta formación podría ser remplazada en el Parlamento eslovaco por dos partidos de la minoría húngara, que en los sondeos rozan el 5%.
«El nacionalismo no me interesa. Voy a votar por el partido que tenga el mejor programa económico», dice Juraj Riby, jefe de un café en Velky Cetin, un pueblo donde la minoría húngara representa el 75% de los habitantes, a 60 km al sureste de Bratislava.
«Espero que el nuevo gobierno no tocará las pensiones», declara por su parte Otto Kmero, un jubilado de 72 años.
Jefe del partido de izquierdas SMER-SD, al que los sondeos otorgan el 35% de las intenciones de voto, Fico está a favor de la protección social.
El principal partido de oposición, la Unión Democrática y Cristiana Eslovaca (SDKU-DS, 16% de intenciones de voto) liderada en estas elecciones por la liberal Iveta Radicova, apoya por su parte un saneamiento de las finanzas públicas.
Miembro de la UE desde 2004 y de la zona euro desde 2009, Eslovaquia se ha beneficiado durante tiempo de la reputación de «tigre de Europa central», gracias a las audaces reformas del primer ministro Mikulas Dzurinda (1998-2006).
Pero ahora sufre los efectos de la crisis económica y el PIB cayó el año pasado un 4,7%. Su deuda pública, del 40% del PIB, sigue sin embargo muy por debajo del límite del 60% fijado por los criterios de Maastricht.
Pero el analista del banco Volksbank, Vladimir Vano, advierte: «cualquier gobierno que salga de las urnas deberá tomar importantes medidas de austeridad: aumentar los impuestos o llevar a cabo recortes en las gastos, incluso las dos cosas a la vez».