El zarathustra y otras obras musicales de Strauss


celso

Continuamos este sábado con las obras de este maravilloso compositor alemán que ha dejado un legado insuperable para la música occidental de todos los tiempos y como un homenaje a Casiopea, alegrí­a deshojada, luz que me aprisiona, sonoridad de fuente, enhiesto trigo maduro y alta estrella de mar danzante en la constelación de Marte, dulce caracola posada en mis oí­dos. Veamos pues, la música de su poema sinfónico “Así­ hablaba Zarathustra” y su entorno.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela.

 


Vemos en esta obra al Hombre, agobiado por el enigma de la naturaleza, buscando refugio en la fe; sublevarse luego contra las ideas ascéticas, lanzarse locamente en el torbellino de las pasiones y caer enseguida en la saciedad, el asco, la mortal laxitud; ensayar la ciencia, renegar enseguida y emanciparse de la inquietud del conocimiento, hallando finalmente su liberación en la risa, dueña del mundo, la danza bienaventurada, la ronda del universo, en la que participan todos los sentimientos humanos: creencias religiosas, deseos insatisfechos, pasiones, disgusto y alegrí­a. “¡Arriba los corazones, hermanos, arriba, más arriba! ¡Y a no olvidar tampoco las piernas! ¡He canonizado la risa; hombres superiores, aprended a reí­r!”  Luego la danza se aleja, se pierde en las regiones etéreas. Zarathustra desaparece danzando más allá de esos mundos. Pero no ha resuelto para los otros hombres el enigma del universo; por ello, al acorde luz que lo caracteriza, se opone la triste interrogación que cierra el poema.

    Pocos temas ofrecen tan rica materia a la expresión musical. Strauss la ha tratado con vigor y agilidad; ha sabido mantener la unidad en ese caos de pasiones, oponiendo la aspiración del Hombre al impasible poder de la naturaleza. En cuanto a la audacia de su estilo, bastará  recordar –a quienes escucharon el poema en el Circo de Verano– la inextricable “fuga de la ciencia”, los trinos de las maderas y las trompetas que expresan la risa de Zarathustra, la ronda del universo y la audacia de la conclusión: sobre el tono de sí­ mayor aparece, como punto final, interrogativo, un do natural, repetido tres veces.  No es que este poema  carezca de defectos. No todos los temas tienen igual valor; este o aquel resultan banales y, en general, la realización es superior a la idea. Volveremos a ocuparme más adelante de ciertos aspectos poco afortunados de la música de Strauss. Pero no pretendemos ver aquí­ otra cosa que la desbordante ola de vida, la fiebre de alegrí­a que hace arremolinar esos mundos.

    Zarathustra mostró los progresos del desdeñoso individualismo de Strauss, de ese espí­ritu “que odia al populacho y a toda esa ralea frustrada y oscura; esa tempestad risueña, ese espí­ritu de tempestad que baila sobre pantanos y tristezas como sobre praderas”. Este espí­ritu se rí­e de sí­ mismo y de su idealismo en Don Quijote, variaciones fantásticas sobre un tema de carácter caballeresco, op. 35 (1897). Este poema señala, el punto más alto a que puede llegar la música de programa. En ninguna otra obra demuestra Strauss más inteligencia, espí­ritu y prodigiosa habilidad; y no hay otra –lo decimos  sinceramente en la que se haya empleado más fuerzas con menos utilidad para un juego, una broma musical que dura cuarenta y cinco minutos y obliga al autor, a los ejecutantes y al público a un penoso trabajo. De todos sus poemas sinfónicos es el más difí­cil de ejecutar por la complejidad, la independencia y los extravagantes caprichos de las partes. Júzguese lo que el autor exige de la música por estos pasajes del programa:

    La introducción representa a Don Quijote sumergido en la lectura de libros de caballerí­a y, lo mismo que en las viejas telas flamencas u holandesas, es precioso no sólo ver en la música los rasgos de Don Quijote, sino leer los libros que él lee.  Aquí­ un caballero que lucha contra un gigante. Allá las aventuras de un paladí­n consagrado al servicio de una dama, o las de un gentil hombre que consagra su vida al cumplimiento de un voto para redimir sus pecados. La inteligencia de Don Quijote se embrolla, con la nuestra, en medio de esas lecturas, y enloquece.  Parte en compañí­a de su escudero. El diseño de las dos figuras es ingenioso: una de ellas enjuta, lánguida, viejo español receloso y un poco trovador que se extraví­a a veces en sus ideas para volver siempre a su monomaní­a; la otra redonda, jovial, de paisano astuto, fingidamente majadero, cuyos burlones refranes traduce la música en frases de corto aliento que retornan siempre al punto de partida. Sus aventuras comienzan y llegamos a los molinos de viento (trinos de violines y maderas) y al Ejército balante del gran emperador alifanfarrón (trémolos de las maderas). Y llegamos también, en la tercera variación, a un diálogo entre el caballero y su escudero, en el que debemos adivinar que Sancho interroga a su amo sobre las ventajas de la vida caballeresca, que le parecen muy dudosas.

    Don Quijote le habla de gloria y de honor, pero estas cosas no inquietan a Sancho. Y a esas rimbombantes palabras contesta siempre con ganancia positiva, comida segura, dinero constante. Y se reinician las aventuras. Los dos compañeros atraviesan los aires montados en un caballo de madera. Y los pasajes cromáticos de las flautas, las arpas, los timbales y una “máquina de viento” (Wind Machine) expresan la ilusión el vertiginoso viaje, “en tanto que el trémolo de los contrabajos sobre el tono fundamental nos dice que el caballo no se ha separado de la tierra”.

    No sigamos. Lo dicho basta para mostrar el juego a que se ha entregado el autor. Escuchando su obra no podemos dejar de admirar el virtuosismo del estilo y de la orquestación y el sentido burlesco de Strauss. Tanto más sorprendente así­ que se limite a ilustrar textos, sabiéndolo capaz de crear de manera completa su materia, cómica o dramática. A nuestro parecer, Don Quijote que es un esfuerzo extraordinario, un ejercicio asombroso donde Strauss ha suavizado y enriquecido su estilo, señala un progreso únicamente en lo que a la tónica musical se refiere, pero es un paso atrás para su espí­ritu, que parece adoptar allí­ las concepciones decadentes del arte-juguete, hecho para una sociedad ociosa y refinada.