El volcán Merapi mató al guardián espiritual encargado de calmarlo


El volcán indonesio Merapi dejó una ví­ctima de renombre: el

El volcán indonesio Merapi dejó una ví­ctima de renombre: el «abuelo Marijan», su «guardián espiritual», que murió bajo las cenizas tras una vida consagrada a calmar «la montaña de fuego».


El cuerpo de Marijan fue retirado el miércoles en la mañana de entre los escombros de su casa, a cuatro kilómetros del cráter humeante. Estaba cubierto por un manto de cenizas grises que el volcán expulsó la ví­spera.

El anciano de rostro demacrado estaba de cuclillas, en una posición de rezo como si hubiese buscado, hasta el final, calmar la cólera del volcán, según relató la prensa local.

Junto a él, yací­a el cuerpo de un periodista que habí­a ido a rogarle que huyera, conforme a la orden de evacuación emitida la ví­spera por las autoridades.

Pero Marijan habí­a declinado hacerlo. «Es mejor que me quede aquí­ y que rece», respondió, según un socorrista que lo visitó antes de la erupción.

Marijan, apodado el abuelo, era una figura muy respetada en Java, isla impregnada de misticismo donde el Merapi es al mismo tiempo el volcán más sagrado y el más temido.

El viejo habí­a sido nombrado personalmente por Hamengkubuwono IX, el precedente sultán de Yogyakarta, la gran ciudad al pie del volcán, para hacer respetar las tradiciones y costumbres vinculadas al Merapi.

El dirigí­a la ceremonia anual de Labuhan, durante la cual se hacen ofrendas al volcán para afirmar la alianza entre el palacio del sultán y el mundo de los espí­ritus que habitan en la montaña.

Las supersticiones son importantes entre los javaneses, en su mayorí­a musulmanes pero cuya fe representa un sincretismo que mezcla el islam con otras tradiciones como la animista, la budista o la hinduista.

Para anunciar una erupción, a menudo consideran más fiable estudiar cómo se levanta el sol o interceptar sueños que dar crédito a los cientí­ficos.

Y cuando el volcán de 2.914 metros comienza a rugir, los habitantes cocinan pasteles envueltos en una hoja de cocotero que suspenden en los dinteles de las puertas para que se calme.

En una precedente erupción, Marijan habí­a subido aún más cerca del cráter para dos dí­as de meditación, a pesar de los lahars (torrentes de barro) y las nubes ardientes.

«Considera que su mandato es cuidar la montaña. A menudo preguntaba: «Â¿De qué servirí­a un guardián que abandonase su puesto?»», habí­a explicado Damarjati Supajar, profesor de filosofí­a de Yogyakarta que estudió las relaciones entre los hombres y el Merapi.

Más de 10.000 habitantes viven en las faldas del volcán y comparten sus estados aní­micos, que aceptan ya que este último les ofrece una tierra extremadamente fértil donde cultivan frutas y verduras.

«Para nosotros, Marijan era tan importante como el Merapi. Ahora que él ya no está, ¿quién va a cuidar del volcán? ¿Qué va a pasar si hay una nueva erupción?» se preguntaba Wanto, un campesino de 56 años, mientras miraba hacia la imponente montaña.