Se ha iniciado, sin convocatoria oficial, el proceso electoral. Será un camino lleno de dolor, como siempre, que conducirá a que el pueblo salga crucificado, una vez más, de no existir una decisión de dicho pueblo de romper con las lacras del pasado. «Retomar el camino» de la mano de los partidos políticos que tanto daño le han hecho al país, al punto de llevarlo a la condición actual de Estado prácticamente fallido, sería una repetición del vía crucis electoral que sufrimos cada cuatro años. Es tiempo de provocar un terremoto político que transforme el tenebroso panorama electoral, para tomar un camino absolutamente distinto.
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Al abrir las páginas de los periódicos y caminar por las calles de la capital, golpea a la vista la serie de imágenes sonrientes de, mayoritariamente, candidatos ya conocidos, no solamente por sus palabras engañosas sino por prácticas despreciables del pasado, que llevan hoy a la ciudadanía a sentir asco de la clase política. Los partidos y sus candidatos más visibles no son más que refritos de partidos y candidatos del pasado, la mayoría responsables de establecer los sucesivos y nefastos gobiernos de los últimos 25 años. Muchos de los partidos tienen nuevos nombres, estribillos novedosos y colorcitos distintos, siguiendo las instrucciones de los «asesores» políticos que otros partidos con dinero han pagado en otros países para impulsar la «mercadotecnia electoral». Hasta se intentan alianzas nuevas, sin dejar de ser expresiones de los partidos ya derrotados, como PAN, Gana, FRG y, próximamente, UNE, en combinación con partidos ya prescritos y ex candidatos ignorados. Es cierto que hay opciones respetables, principalmente de los sectores democráticos y de izquierda; pero, sin unidad de lucha, tienen pocas posibilidades de triunfo.
Dentro de este verdadero «baile de máscaras» de la derecha dominante -un cambalache digno de carnaval- destaca la descarada ambición del alcalde Criollo, quien ha planteado a la Corte de Constitucionalidad que anule o reinterprete uno de los artículos más claros de la Constitución de 1985, que afirma que quien haya sido Presidente de la República no puede ser electo nuevamente. A la par, ha plagiado imágenes, frases y membretes de un alcalde salvadoreño, aparentando que su simbología es producto de su creatividad, o de la creatividad de su asesor español. ¡Nada como copiar lo ajeno sin dar crédito alguno!, lo cual constituye delito en otros lugares. Este personaje, responsable de echar a perder los Acuerdos de Paz, abre la puerta ahora a que todos los ex presidentes -Cerezo y Serrano bajo las botas militares; y Arzú, Portillo y Berger, bajo la sombra de la corrupción- busquen eliminar la restricción existente. También abre la puerta a interpretar que los cónyuges de los presidentes sí pueden participar como candidatos.
Ha llegado el momento de que el pueblo exija el cambio real. No, la tradicional práctica de que el segundo lugar del proceso electoral anterior sea electo en el siguiente. El regreso a las botas militares nos haría retroceder 15 años o, aun peor, a la época de Ubico. Hay que reconocer que necesitamos un verdadero gobierno de salvación nacional y recordar que «solamente el pueblo salva al pueblo», para lo cual la unidad es clave.