El verdadero robo del siglo


Conocí­ a don Delfino Márquez momentos después que varias personas le ayudaran a trepar a la parte posterior de un pickup; la causa, según me enteré posteriormente, habí­a sido un problema de insolación.

Elmer Telon
etelon@lahora.com.gt

Hecho razonable si se considera que con la rapidez que le permití­an sus 74 años, el anciano intentaba marchar debajo del sol del mediodí­a, al mismo paso de cientos de manifestantes, quienes se habí­an concentrado en El Obelisco de la zona nueve para luego desfilar hasta el Congreso de la República.

La demanda de aquella multitud que indignada y molesta gritaba consignas contra un mediano funcionario público, era la devolución del dinero que les habí­a robado el Banco de Comercio a través de su comercializadora.

Q1,850 millones; en lo personal no he logrado convencerme de que ese mediano funcionario, titular de la institución encargada de supervisar las operaciones de la banca del paí­s, no tenga responsabilidad de una sinvergí¼enzada, digna de una clase económica enferma.

Para conversar con don Delfino tuve que subirme al vehí­culo que lo trasportaba; viéndolo repuesto me animé a presentarme mientras le preguntaba si se encontraba en condiciones de charlar y, al recibir su aprobación, le efectué la primera pregunta respecto a su situación económica.

El anciano, con su rostro ajado y mucha edad en la mirada, dueño de una voz que buscaba despabilarse del susto sufrido momentos antes, se esforzó en ser muy amable, mientras respondí­a con su acento provinciano, con esa naturalidad que tiene la gente de campo.

Su voz casi tremolaba, me hablaba con la humildad y esperanza, como quien comparece ante un juez enumerando las razones de por qué debí­an regresarle su patrimonio; en ese momento me asaltó la vergí¼enza e indignación y deseé tener el dinero en mis manos para decirle ¡tenga, don Delfino! Váyase usted a su casa, que ya no tiene que pasar por este ví­a crucis; mire que ya ha trabajado bastante. ¡Vaya, don Delfino, vaya a descansar!

Me fue imposible cuestionarme ¿Qué clase de monstruo, qué tipo de ave de rapiña puede ser capaz de semejante delito?, ¿dónde están los responsables? Quise tener a ese mediano funcionario, que para aquel momento se habí­a vuelto un enano, y así­ someterlo a la justicia del pueblo.

Han pasado meses de este que es el verdadero robo del siglo; pues si en algo debemos coincidir es que la estafa de Comercializadora de Comercio, comparada con el asalto suscitado en el aeropuerto La Aurora, este último se relega a una chapucerí­a, con la salvedad que al menos quienes irrumpieron en la terminal aérea sabí­an que corrí­an el riego de perder la vida.

Pero los «empresarios» involucrados en este móvil, atrincherados en su vida ostentosa, no arriesgaron más que muchos años de trabajo de una clase trabajadora, a la que el poeta guatemalteco designó como «la que anda en harapos, para que nosotros podamos cambiarnos de camisa».

¿Dónde está la responsabilidad del Estado? ¿El que vela por el bien común? Vivimos en un paí­s huérfano de moral, por eso no podemos volvernos cómplices silenciosos de atropellos tan descarados. El silencio es una irresponsabilidad que ya no podemos darnos.

Muchos de los guatemaltecos afectados se encuentran en el ocaso de su permanencia en este sombrí­o planeta; mientras sus energí­as ralean deben buscar fuerza para protestar por lo que se ganaron con el cansancio de su cuerpo. Así­ que haga usted el favor de encabronarse y exigirle a esta gente que dice que nos gobierna, que no hay que tener tan poca vergí¼enza.