Los foros presidenciales, en particular los que discriminan abiertamente la participación, han desnudado una realidad: estos candidatos carecen de ideas nuevas y refrescantes que motiven el entusiasmo de la ciudadanía. Esta carencia de quienes aspiran a representar a los ciudadanos debe ser lamentada por muchas razones.
La más importante es que la sociedad guatemalteca está siendo amenazada por problemas complejos que sólo serán superados al cabo de un ejercicio sistemático de estudio y discusión. El aumento de la marginalidad y la pobreza; la creciente desnutrición crónica de nuestros niños; la inseguridad y el protagonismo creciente del crimen organizado, en particular del narcotráfico; el rezago en la educación y salud pública; el estado calamitoso de la infraestructura económica; la incapacidad del sistema productivo de generar trabajo suficiente; son algunos de los desafíos que sólo se resolverán al cabo de un inteligente intercambio de ideas.
En Guatemala se subestima y a veces, se detesta al pensador, al intelectual, al que trabaja con ideas, al creador de paradigmas, al que proyecta y concibe significados nuevos, al creativo, en última instancia.
Siento una gran envidia por aquellas sociedades que leen más que nosotros y tienen más curiosidad intelectual, son más locuaces, comunicativos, informados y cultos, porque tienen un discurso ideológico más rico y mejor nivel educacional. Valoran lo intelectual y tienen una cultura del diálogo callejero.
Así como conversamos menos, nos hemos convertido en un país de operadores en que lo que importa es hacer tareas funcionales y ser proactivo, o sea, ejecutor. Casi está prohibido pensar, cuestionar, discutir, debatir y plantear ideas. Quien lo hace es considerado, casi un inútil.
Por ello, esas candidaturas producto de la propaganda masiva, son productos de consumo masivo. Si al consultor contratado en México, USA, España, Argentina, Perú, Colombia o Chile, le sirvió en su país, o en otro, por qué no acá, si sólo se trata de copiar.
Lo peor, es que al político pensador, al creador no se le cree. Se desconfía.
Todo esto viene de un rasgo cultural ancestral: No valorar las ideas y el talento en su valor intrínseco. Por ello, ser político creativo, inventor o intelectual en este país tiene mucho de quijotismo, como si la intangibilidad de las ideas, esa cosa etérea fuera producto de un ser intangible, etéreo.
Me frustra también que en nuestras élites, el valor de las ideas, se aprecia poco o nada. Nuestras élites no ven o no quieren ver el valor de las ideas políticas nuevas e innovadoras, porque ellas poseen valor agregado, conocimiento, un plus de calidad con resultados económicos visibles. Acá se prefiere tener bienes tangibles, que ideas. El político tradicional es algo intercambiable, casi sin valor. No cuenta.
Para crear Patria, hay que empezar por valorar las ideas, y al que sabe construirlas.
¿Dónde están las propuestas innovadoras? ¿Dónde está la irreverencia política? ¿Dónde está la propuesta política que logra inquietar, y despertar esa avidez?
Valorar las ideas políticas innovadoras, enriquece la vida, y se aprovechan mejor los recursos, todo es más lúcido, se está más consciente de lo que nos sucede, se está más vivo, porque la información y el conocimiento, eleva el nivel de las cosas, y construye calidad existencial. Es la base del progreso del hombre.
Yo me he comprometido con el debate de ideas, la competencia libre de ideas, y no por la descalificación personal o la contaminación de los espacios públicos.
¡Hasta Dios el Gran Creador, en un principio, tuvo una idea para hacer el universo!