En prácticamente todos los órdenes de la vida hay que valorar la experiencia como un atributo especial que debe ser tomado en cuenta al evaluar las características del ser humano. Sin embargo, en circunstancias muy especiales tenemos que cuestionar si ese factor es importante a la hora de hacer la selección de personal, puesto que cabe matizar el tema con respecto a la calidad de la experiencia.
Y viene a cuento la reflexión al ver que en las Comisiones de Postulación están asignando un valor alto a la experiencia de los aspirantes en el campo de la administración de justicia y siendo el caso de que esa labor en Guatemala está totalmente desprestigiada -con abundancia de razones- no deja de ser insensato que los postuladores asignen puntos a quienes han sido parte y comparten responsabilidad en el descalabro de todo el sistema.
Si lo que pretendemos en el fondo todos los guatemaltecos que estamos hartos de la impunidad es una especie de borrón y cuenta nueva para que mediante una profunda renovación de la estructura se pueda iniciar la depuración y la recomposición de un sistema fallido, no tiene lógica que valoremos tan alto la experiencia de los administradores de justicia porque pocos de ellos son los que se salvan de haber sido copartícipes del aliento que institucionalmente se le ha dado al régimen de impunidad.
Más valdría, en todo caso, valorar la inexperiencia como sinónimo de que no han sido parte del descalabro ni han emitido esas resoluciones que en el fondo son una afrenta a la misma justicia. Por supuesto que en el caso de la Corte Suprema de Justicia sería un sopapo a la dignidad del pueblo permitir la reelección de alguno de los magistrados que fueron protagonistas del peor bochorno que ameritó, inclusive, reprimendas de los relatores que conocieron la forma en que se comportaron nuestros más altos magistrados.
Y deseable sería que la CSJ fuera integrada con gente nueva, que no tuviera un pasado tan cuestionado en materia de fallos y resoluciones judiciales que han sido objeto de vergí¼enza pública. Cuando es tan unánime la condena al sistema de justicia de un país, como ocurre con el de Guatemala que hace aguas por todos lados, no se puede pretender que la experiencia acumulada durante muchos años de estar funcionando dentro de esa anormal y depredada institucionalidad, se considere como un valor. Valor sería la experiencia de quien tuvo la valentía para elevar su voz de protesta contra una práctica inmoral, pero ese tipo de experiencias son escasas.