El último debate


La carrera por llegar a la presidencia no ha concluido. Me cuesta creer que alguno de los dos candidatos esté tranquilo, sosegado porque ya se haya dicho la última palabra. No lo creo, la verdad es que a los dos se les nota nerviosos. Ellos saben que en este tipo de competencia todo puede suceder: un desliz, un paso en falso, un debate público. Las cosas se ponen emocionantes en esta última jornada del camino a la meta.

Eduardo Blandón

El debate de ayer estuvo interesante. Nuevamente, se repite lo que algunos analistas ya han revelado: Colom es mucho más preciso, técnico, atinado y concreto en sus ofrecimientos. Es obvio que conoce mejor la realidad que su contrincante. En sus palabras hay números, nombres y caracterización de un paí­s que parece serle familiar. Habla con propiedad y la pasión con la que se expresa le da un toque de persuasión que puede llegar hasta el corazón ?o la razón? de quienes lo escuchan.

Sin embargo, un elemento que quizá no le hizo el favor a Colom (aunque esto puede discutirse) fue su nerviosismo extremo. Parecí­a excitado, colérico y con un resentimiento acumulado (no sin razón) por la guerra del partido de Pérez. Reveló con cada indirecta del partido del puño que no iba a dejarse más de tantos improperios y ofensas como los que circulan en Internet desde el inicio de las elecciones. Fue firme, sí­, y eso está bien, pero por momentos se le miraba enojado hasta casi perder el control (aunque esto no llegó a suceder).

La virtud de Pérez fue definitivamente el control con que parecí­a tener todo. En él se miraba a un candidato relativamente relajado, serio, sonriente (cuando la ocasión lo exigí­a) y con los movimientos y expresiones casi estudiados. Lo de militar ?como lo de cura, según lo expresan algunos? se le notaba hasta por los poros. Su discurso dejó mucho que desear, repitió el rollo de siempre, y, aunque como dejó entrever Colom «ya sabí­a las preguntas que le iban a hacer», sus respuestas fueron poco explí­citas, precisas y sólidas.

Pérez trató de jugar, aunque eso no le va, el papel del mártir y sufrido hombre inocente que no comprende porqué tanta firmeza en las respuestas de su oponente. Parecí­a un Jesús de Nazaret frente al agresor que lo abofetea y le pregunta: ¿Por qué me golpeas? Pero debo decir que el amague puede favorecerlo en un paí­s en donde la gente siente piedad por el desvalido y se conmueve aún por las novelas.

¿Se puede decir que tuvo un vencedor el ejercicio televisivo? Yo creo que sí­, pero esto no quiere decir que el resultado tenga mucha incidencia en las intenciones de voto. Muchos de los indecisos son inestables y así­ como hoy pueden determinarse por alguno, al dí­a siguiente pueden hacerlo por otro. Todaví­a no hay un vencedor categórico y la guerra mediática debe continuar hasta el último dí­a porque aquí­, ya se sabe, gana el que mejor se venda.

A mi juicio el debate de Libre Encuentro ha sido el último. Pérez no creo que se anime a exponerse una vez más. Ya lo habrán convencido que lo suyo no es la discusión frente a las cámaras, que tiene muchos lados flacos en su discurso y no puede aparecer nuevamente repitiendo los mismos términos vagos. De modo que la oportunidad por conocer con mediana seriedad las propuestas de gobierno de boca de los candidatos terminó. Si quiere más, pida prestado los famosos «planes de gobierno» y léalos en la tranquilidad de su hogar.