Aunque apretado, el triunfo del izquierdista FMLN en El Salvador era previsible desde que el gobernante Arena hizo su postulación de candidato presidencial en la figura del antiguo jefe de policía, Rodrigo ívila, quien pese a la unificación de todos los sectores de derecha no logró vencer a Mauricio Funes, un periodista de izquierda moderada que abanderó una plataforma de corte más bien socialdemócrata que se ganó espacios entre los salvadoreños.
Funes decía ayer que sus compatriotas vencieron el miedo que trató de sembrar la derecha al usar el petate del muerto para advertir de un viraje al comunismo en el país, pero la verdad es que esa victoria ante el miedo no fue contundente y que muchos en el vecino país siguen viendo el triunfo del FMLN como si fuera del mismísimo diablo y, por lo tanto, el nuevo gobierno tendrá que lidiar con acciones de una derecha poderosa, sobre todo económicamente, que no sólo hará lo imposible por hacerle las cosas difíciles a Funes y su equipo, sino que posiblemente retraiga las inversiones y exporte sus capitales lo que complicará mucho más la ya aguda crisis que se cierne sobre Centroamérica y los países que dependen de las remesas familiares.
Se puede cuestionar con razón que la ideología sea más importante que el patriotismo, pero es un hecho que así son las cosas y que los sectores más conservadores que poseen abundantes recursos económicos los van a movilizar de acuerdo a sus intereses políticos para dificultar la gestión de la izquierda y, si posible, hacerla fracasar en esta época de crisis. En ese sentido hay que anticipar que al gobierno de izquierda le tocará una etapa doblemente complicada y difícil, puesto que sus simpatizantes sentirán que llegó el momento de reivindicaciones sociales y el régimen puede encontrarse con una notable escasez de recursos para atender la demanda social por la reticencia del gran capital a invertir.
No olvidemos que El Salvador, a diferencia de otros países, no puede recurrir al endeudamiento interno para financiar su déficit porque la dolarización es una camisa de fuerza que restringe, en buena medida, la soberanía de los países que la adoptan porque renuncian a fijar su propia política monetaria. Funes ha dicho que garantizará la propiedad privada y la política económica de mercado con regulaciones y controles, pero habrá que ver si la postura del empresariado salvadoreño no lo forza a abandonar la dolarización.
El triunfo de la izquierda alienta a muchos, pero Funes deberá actuar con mucha habilidad y honradez para superar el terreno minado que le tienen preparado sus adversarios.