Julio Donis
La violencia que se ha tornado cotidiana se ha convertido en el lenguaje por medio del cual se relacionan los habitantes de este país, es el oxígeno que se respira permanentemente y, como tal, ya no reparamos como huele, cómo apesta, sólo aspiramos muertos, crímenes, llantos, impunidad y el peor de todos los olores de la violencia, la indiferencia. Nadie repara cómo es el olor del aire porque no nos parece importante…
Este país ha logrado los números necesarios para que resalten en las estadísticas mundiales, como uno de los más violentos. Esos números tienen significados sociológicos, políticos, culturales y psicosociales a través de los cuales se logran comprender los signos vitales de la salud de este pueblo que, desde ya, se avizora con atisbos de paranoia y auto represión, como consecuencia de represión de Estado que logró en mi criterio, deshilar desde la organización social legítima hasta permear las relaciones cotidianas de padre, madre e hijos; la pareja; las relaciones laborales entre «jefe» y subordinados; en una lógica de represión mucho más sutil y socialmente asumida.
Después de la guerra, este pueblo reconstruyó sus relaciones sociales, políticas y culturales con ladrillos de intimidación, erigiendo muros y calles que aíslan para «proteger», encierran para evitar y resguardan para escapar de la realidad. Hay más correlación social por los hechos de violencia, que cohesión social como política de Estado. La primera es organización reactiva y desarticulada que toma por mano propia la iniciativa de la defensa ciudadana y que ajusticia al que ose irrumpir en el condominio o la colonia que resguardan un ejército privado.
El estado por su lado está llamado a desarrollar políticas públicas que generen condiciones de seguridad, pero esa aspiración se ve imposible por la desconfianza e incredulidad en el tiempo inmediato, en el que cada individuo clama respuestas ya. Ese dilema sume a cada gobernante que llega al poder en un callejón sin salida, porque atender aquella demanda inmediata impone una correlación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) que implica desarrollos institucionales para abordar con fuerza la violencia con respuestas que llegarán en el largo plazo; sin embargo, el pecado original yace en la esencia de una de las funciones del Estado, en su pasado, mismo que lo deslegitima y le impone cuesta arriba lo que en otras sociedades es cuesta abajo.
Diversas formas de violencia
La violencia ha desarrollado diversas y perturbadoras formas que van desde la anomia social hasta la degradación y sumisión del individuo. La violencia transita desde la sumisión hasta la prepotencia, camina desde la agresión física hasta el desmoronamiento psicológico. En esa senda quedan las víctimas de asesinatos, violaciones, robos, heridos, ultrajados, secuestrados, atropellados, torturados, acuchillados, pero también yacen los que han sido afectados por la violencia en su identidad de manera directa, dejando cuerpos cuasi zombis que deambulan por verdaderos infiernos en su interior. Me refiero en este caso a su compañero de trabajo, al vecino, al amigo o al pariente que ha sido presa del terror violento socavando el nivel emocional de los mismos. Estos, que por cierto han de sumar más que los fallecidos, han sido sujetos de amenazas paralizantes, testigos de actos de extrema violencia, pasivos consumidores de la violencia diaria inserta en los medios de comunicación, en un auto desgarro de baja intensidad de su propia sensibilidad, amedrentadas y gritadas por el esposo, intimidado por el patrono, por el que le cruza el auto en la calle, por el que toma su parqueo sin preguntar, por el que saca y blandea su arma e indicando que tiene su vida en el gatillo, por el que lo radiografía con la mirada del desprecio discriminador.
Despojados de su dignidad
Son muchos los guatemaltecos que deambulan despojados de su dignidad y sumidos en el miedo, en la depresión que los mantiene en la desesperanza constante, estancados en la vida con un grito atorado en la boca del estómago y con problemas que van desde traumas de depresión, alteraciones en el sistema nervioso, alteraciones en las capacidades cotidianas de relacionamiento, problemas gástricos, problemas de adicciones, etc. Desde esta mirada, en este país conviven los chapines amables (tímidos), humildes (despolitizados), atentos (moralistas y conversadores), y abnegados (imposibilitados de decir no); como también los mal encarados (prepotentes), arrogantes (inseguros), e igualmente doble moral y conservadores. Todos temiendo del extraño.
Detrás del acto violento está la intención de eliminar al otro o desaparecer lo que incomoda o lo que es diferente. Esto tiene una gama amplia de manifestaciones e intimidaciones que van desde lo estético simbólico hasta el hecho violento. Anular al otro conlleva fragmentar a un colectivo social y destruir al individuo a través de una diversidad de formas. Detrás de la expresión «tiene dinero pero es ordinario» hay una profunda y sutil intención de dividir y apartar en aceptados y aceptables. Vivir en un país con la inequidad o las brechas de diferenciación en Guatemala es violento en sí mismo. Las relaciones familiares son el primer escenario en el cual se ensayan lo que más adelante llegarán a ser las más enfermizas formas de utilizar el poder; el autoritarismo, el chantaje en toda su gama, la discriminación, la violencia física, generarán hijos que luego replicarán dichos esquemas en otros espacios sociales o institucionales.
Un elemento más, antes de concluir lo constituye el flujo permanente de la violencia que se consume a través de la cultura audiovisual, el cine que se observa es básicamente de violencia y terror, y no estoy enjuiciando obras de mucho valor cinematográfico, pero no se favorece una oferta que incluya otras emociones o aspectos de las relaciones humanas.
Para rematar, la violencia ha delineado una sociedad erigida por un manto de miedo y despolitización. Es urgente recobrar hebras de dignidad que se conviertan en lazos de humanidad.