Creo que es sano que las autoridades aduaneras establezcan mecanismos de control para evitar el contrabando y siempre he sostenido que si se combatiera ese mal, el fisco tendría suficientes recursos para realizar inversión social. Aun y cuando sé que el verdadero contrabando no pasa por la aduana de ingreso de turistas en el aeropuerto La Aurora, se entiende que el procedimiento de pasar a algunos de los viajeros a revisión es correcto y de hecho se practica en muchos países del mundo.
ocmarroq@lahora.com.gt
Sin embargo, en nuestro aeropuerto el personal de la SAT tiene criterios realmente torpes. Por un lado dividen a los pasajeros en tres tratos diferentes. Los primeros pueden pasar libremente tras entregar su boleta, otros son enviados a donde están las máquinas de rayos X que permiten a los empleados de la SAT una eficiente y rápida revisión, y otros son enviados a un mostrador donde una única empleada se encarga de abrir el equipaje para hacer un chequeo manual.
El escaso criterio de quien está decidiendo hace que muchos turistas sean enviados a este mostrador donde la fila se va alargando en forma desesperante, ante la vista de los otros empleados de la SAT que simplemente se hacen ojos al ver que los pasajeros recién llegados empiezan a mostrar su malestar.
Me llamó la atención ayer que un diputado relacionado con una venta de electrodomésticos que ha sido señalada varias veces de recurrir al contrabando, pasó como chucho por su casa con su equipaje, mientras que turistas y otros pasajeros eran sometidos al minucioso y muy tardado registro manual. En el tiempo que estuve haciendo fila, noté que fuera de un trabajador que volvía al país después de años de vivir en Estados Unidos y traía una moderna televisión para su familia, a nadie de los registrados se le encontró nada que diera lugar al pago de derechos de ninguna clase, pero el malestar de la gente era evidente, sobre todo de las mujeres que tenían que retirar sus pesados bultos de las carretillas para cargarlos a fin de que los inspectores pudieran realizar su tarea.
Y si uno supiera que el esfuerzo de la Superintendencia de Administración Tributaria fuera realmente efectivo para frenar el contrabando, gustoso aceptaría todas las molestias que implica este registro que al final deriva en algo inútil. Pero como se sabe que en realidad no existe esa eficiencia y que seguimos siendo un país en el que los puestos de las aduanas son codiciados por el moco que generan, para usar el argot de los trinqueteros, es natural que uno se moleste por ese trato que además de descortés es absolutamente arbitrario, porque ni se usa un procedimiento aleatorio ni se basa en la observación del tipo de equipaje y su volumen. Simplemente es el gesto prepotente de empleadillo que se siente autoridad mandando a medio mundo al registro por la simple y sencilla gana de jocotear.
El rostro de los turistas que estaban haciendo fila sin entender por qué tenían que aguardar tanto tiempo a que les revisaran su equipaje demostraba la frustración y desencanto al nada más poner pie en Guatemala. Y más para los chapines que vimos al referido diputado salir con su cargamento más campante que aquel famoso caminante.