El tranví­a en la Nueva Guatemala


El tranví­a era tirado o movido por mulas adornadas con cascabeles; los conductores eran caballeros muy elegantes y amables con su atuendo de leva y bolero.

Juan Garvaldo

Por las calles de La Nueva Guatemala de La Asunción, circularon antaño los carros del romántico tranví­a, el que fue de mucha importancia para el transporte de pasajeros y carga de un punto a otro de la ciudad, aunque de forma muy lenta e incómoda. Esta feliz introducción tuvo lugar a mediados de 1881.


Las personas que solicitaron del supremo gobierno la concesión de la obra, formaron una compañí­a anónima entre capitalistas, suscribiéndose la suma de 70 mil pesos, entonces plata, con lo cual se financiaron las dos lí­neas que inmediatamente debí­an construirse. La primera de éstas partí­a de Jocotenango, recorriendo por toda la Calle Real, hoy la Sexta Avenida, hasta las inmediaciones de la antigua Ermita del Calvario.

La segunda lí­nea daba inicio en la Plaza de Armas, recorriendo la Calle de Mercaderes, 8a. calle oriente, pasando por el Mercado Central Municipal, Gran Hotel Unión, Teatro de Carrera, Nacional o Colón, haciendo una parada en su estación frente al templo de San José del antiguo barrio del mismo nombre; posteriormente, esta lí­nea alcanzarí­a una terminal en el populoso barrio de la Parroquia Vieja.

El ingeniero Alejandro Prieto hizo luego un estudio relativo a estas primeras construcciones; entre sus conclusiones, se establece que frente a El Calvario el trazo se podrí­a dividir en dos ramales: uno con dirección al Guarda Viejo, siguiendo el Camino Real o Calle de La Libertad, hoy Avenida Bolí­var, y el otro terminarí­a en la Villa de Guadalupe, pasando por Ciudad Vieja.

El mismo ingeniero presentó en ese estudio los cálculos económicos, tomando en cuenta los honorarios de todos los empleados y el costo de materiales, valor de mulas de tiro, guarniciones, etc.

El costo total de cada kilómetro, hasta el momento de comenzar el tráfico, era de 20 mil 260 pesos, lo cual elevaba a 250 mil pesos el valor total de la obra.

El servicio de tranví­a quedó establecido en pocos años; los usuarios pudieron gozar de los viajes que llegaban hasta el Hipódromo, el punto a donde asistí­an cada año, por el mes de agosto, los que buscaban momentos de expansión, solaz y alegrí­a.

En los tiempos del general José Marí­a Reyna Barrios (1854-1898), hubo mucho empeño en los trabajos para rebajar y nivelar el terreno elevado en el Boquerón y en distintos lugares para desaparecer las ondulaciones del camino, aunque algunas casas quedaron en alto. Los trabajos de la nivelación del terreno permitieron tender rieles para el tranví­a y un tren Decauville o ferrocarril urbano, manteniéndose sólo la del tranví­a, ya que la segunda empresa no tuvo éxito, motivando desgracias, siendo suprimida al poco tiempo.

A principios del siglo XX, el transporte de pasajeros todaví­a era incipiente, ya que se hací­a en carruajes de puntos y carricoches. El tranví­a vino a cambiar el concepto de viajar sin fatiga, aunque no sin molestias, a distintos puntos de la pequeña ciudad; pero cuando aparecieron los primeros automóviles realeros, desapareció el Tranví­a.

El tranví­a era tirado o movido por mulas, adornadas con cascabeles; los conductores eran caballeros muy elegantes y amables con su atuendo de leva y bolero.

En Guatemala, nunca existió el tranví­a movido con electricidad como en ciudades avanzadas. Un ejemplo cercano fue México, donde sí­ hubo este tipo moderno de transporte hasta ya muy entrado el siglo XX. En cambio, en nuestro paí­s, el único tranví­a que funcionó y recorrió las calles de la ciudad, fue el tirado por cansadas bestias, como ya se indicó. Eran como carros o vagoncitos del tren. En los primeros años de funcionar el tranví­a, se cobraba al público dos reales.

La muerte del tranví­a llegó con la llegada del primer automóvil a Guatemala y con la introducción de las primeras lí­neas de autobuses en la capital, que prestaban el servicio a los mismos lugares que el viejo transporte, además de otros lugares más lejanos. Los usuarios prefirieron la comodidad y la velocidad de los buses, ya que el tranví­a representaba todo lo contrario.

Al fin, fueron a descansar por un tiempo las cansadas mulas, aunque no por mucho tiempo, ya que las utilizaron después para carga de mercaderí­as varias, y luego muchas se utilizaron para las carretas del servicio de basura de la ciudad; hasta bien entrada la década de los noventa, aún se veí­an por las calles de la ciudad halando su pesada carga.