No hay país del mundo que no se haya percatado que sin un sistema de comunicación, de transporte y locomoción eficaz, económico y moderno no se pueden mejorar sus condiciones de vida, mucho menos alcanzar su desarrollo. Por ello resulta lógico y obvio pensar que al menos hace cincuenta años debimos haber planificado qué hacer para que el campesino en la montaña o el obrero en la ciudad puedan acceder rápida y cómodamente con sus productos a los consumidores o a los centros de trabajo. Pero no ha sido posible, al contrario, pareciera que gobernantes, funcionarios o legisladores ignorando por completo los principios básicos de la economía política, estén todavía complicándole la vida a los guatemaltecos, a quienes nos visitan o a los que ven en nuestro país el lugar ideal para invertir sus recursos.
En mala hora a un miope gobernante se le ocurrió cerrarle las puertas al ferrocarril y por ello el transporte de materiales pesados forzosamente se tuvo que hacer por carreteras con los enormes perjuicios que ello representa. Que bueno hubiera sido, si paralelamente se hayan puesto a construir super carreteras de y hacia los cuatro puntos cardinales del país, pero no, privaron los intereses mezquinos, especialmente aquellos que sacaron de la pobreza a unos cuantos y no propiciaron la riqueza de todo el conglomerado social. La historia se ha repetido en todos los órdenes del transporte y locomoción. Peor en los centros urbanos. Los ineficaces servicios públicos han llegado a serlo de tal manera que ha provocado una psicosis colectiva de incapacidad cada vez más desesperante.
Por lógica, la pita siempre termina rompiéndose por el lado más débil y son quienes tienen menos recursos los que resultan ser los más trasquilados. Por una parte, a un legislador se le ocurre prohibir que dos personas puedan andar en una moto, como si haciendo lo mismo en los autobuses se pudieran evitar los asaltos o los asesinatos que a diario ocurren y a otros, seguir castigando a los pocos contribuyentes que después de múltiples sacrificios logran hacerse de un vehículo automotor, cuando éste es forzosamente necesario para cumplir con sus deberes y obligaciones.
¿Por qué siguen habiendo gobernantes, funcionarios, políticos o legisladores que se olvidan pronto de que alguna vez en su vida no tuvieron a su disposición vehículos de lujo, blindados, con gasolina, repuestos y demás gastos pagados a costillas del pueblo? Por ello los llamo nuevamente a la reflexión, utilizar hasta el cansancio el término «solidaridad» no sirve de nada si no se comprende a cabalidad su significado, de ahí la necesidad de gobernar adhiriéndose a las causas, intereses y bienestar de otros, de propiciar el bien común y de ver no sólo el árbol que se tiene enfrente sino todo el bosque.