El transparente lenguaje plástico de Domingo Peneleu


Juan B. Juárez

En una reciente conversación informal con un grupo de artistas jóvenes uno de ellos cuestionó la autoridad de mis opiniones sobre arte y el valor del trabajo de los artistas y me exigió que mostrara lo que él llamó mis fundamentos. Le explique que yo tení­a la pretensión de que, dado que se fundamentan en un análisis más o menos riguroso de las obras, mis artí­culos expresaran algo más que opiniones o impresiones y que fueran considerados como juicios crí­ticos que aportan un conocimiento fiable acerca del sentido del trabajo de los artistas de los cuales escribo. Como, por otro lado, sé que la reserva, cuando no el total escepticismo, que despierta la «opinión de los crí­ticos» es parte de la actitud de los artistas jóvenes impacientes por expresar su magnificada «verdad» -la única que conocen–, le prometí­ que en la próxima entrega hablarí­a también del análisis al que someto las obras, aunque eso significara sacrificar el ágil estilo periodí­stico literario y adoptar un tono más bien didáctico y profesoral.


Para ese propósito escogí­ la obra de Domingo Peneleu (Santiago Atitlán, 1980) por ser él un artista joven con un trabajo sostenido y notable que se exhibe en las mejores galerí­as y cuyo éxito despierta en los otros artistas jóvenes sentimientos duales de admiración y recelo pero que, en todo caso, no puede ser ignorado.

La primera impresión

Queda claro desde la primera mirada que Domingo Peneleu se expresa en clave poética y que sus imágenes evocan una inaccesible «edad de la inocencia» entrevista en sueños (onirismo) nostálgicos por un espí­ritu solitario y vulnerable necesitado de plenitud y armoní­a.

La descripción:

En el universo de los cuadros de Peneleu unos personajes frágiles como juncos, pudorosos como niños, con algo de escultórico en sus largos cuerpos sin aristas, se abandonan al leve viento transparente y, absortos, juegan o trabajan, o bien observan, entre curiosos y sorprendidos, sus reflejos en el lago cristalino. Son fragmentos de la vida cotidiana que recogen una plenitud idealizada: el trabajo productivo, la lluvia refrescante, el juego absorbente, el viento en el cabello, el resguardo del hogar, el calor humano, todo ello de una sensualidad, por así­ decirlo, a flor de piel, que agita y flexiona con delicadeza los cuerpos leves y verticales que se prolongan en largas y amables sombras. Parece, a primera vista, un universo armonioso, pleno, intemporal.

Sin embargo, aquí­ y allá, dispersos en la anchura de su obra visionaria, filtrados en la luminosa atmósfera de su universo poético, algunos detalles sorpresivos e inquietantes, pero siempre sutiles, delatan al espí­ritu solitario y vulnerable que sueña tanta maravilla: el tiempo, el vértigo y la mudanza toman, en algunos de los cuadros, la forma de la metamorfosis de una mariposa; el viento, en otros, se arremolina en la cabeza de los personajes; en la playa, de pronto, el juego se vuelve violento; y en el interior de las casas la delicadeza no alcanza a disimular la violencia instalada como un mueble de la vida cotidiana.

El análisis

El poético lenguaje plástico de Domingo Peneleu parece estar construido sobre un preciso y equilibrado sistema de oposiciones del que cada elemento adquiere un sumun de significado precisamente de su término opuesto, al mismo tiempo que, igualmente por oposición, gradúa el tono de su alcance expresivo. He aquí­ algunas de esas oposiciones y del señalado lugar que ocupan en la composición:

Fondo Primer Plano

Lejaní­a Cercaní­a

Frí­o Cálido

Naturaleza Ser humano

Agua Tierra

Horizontal Vertical

Público íntimo

Montaña Lago

Plano Volumen

Etc.

Este análisis corresponde al escenario a) el lago. Pero las escenas que recrean sus cuadros también se sitúan en el interior de las casas y en el campo (escenarios b y c, respectivamente) que muestran peculiares oposiciones. Por ejemplo, en el interior de las casas, además de la oposición entre lo público y lo í­ntimo destaca la de violencia ? silencio, que no obstante no rompe la diafanidad ni el estatismo de la imagen. En lo que corresponde al campo, aparecen textura ? lisura, quietud ? movimiento y conservación ? transformación, éstas dos últimas que introducen una noción de tiempo.

En este punto del análisis debe quedar muy claro que más que oposiciones lógicas son oposiciones expresivas y que se trata de un conjunto, de un sistema, dentro del cual no se anulan unas a otras sino que tienden al equilibrio y conservan intacta, aunque en estado latente y como suspendida, la tensión de su encuentro en un mismo espacio, aunque en diferente lugar de la composición. Es un juego de cálidas cercaní­as y heladas lejaní­as; de cercanas y coloridas verticalidades y alejados y pálidos horizontes que se neutralizan en infinitas superficies sin asperezas.

La discusión

Entre el carácter de lo que se expresa en cada escenario no hay incongruencia: la fantasí­a del sueño tiene como contrapeso la realidad del que sueña. La clave poética de la pintura de Domingo Peneleu abarca ambos extremos. No es una evasión sino más bien un contraste violento entre la realidad y el deseo. Un deseo que la realidad vuelve urgente.

La explicación y la conclusión

Domingo Peneleu es heredero de una gran cultura tradicional y sistemáticamente negada y, al mismo tiempo, de una tradición pictórica fundamentada en el realismo, aunque no reñida con las transfiguraciones poéticas o, mejor dicho que, en medio de la negación violenta y sistemática, opta por las transfiguraciones poéticas para aludir a la realidad. De allí­ el convincente peso humano de sus fantasí­as utópicas y el efectivo poder de sus imágenes poéticas para aludir a una realidad no deseada.