El tráfico de influencias


Prácticamente no se ve un acto de la administración pública que no refleje el tráfico de influencias y el pago de los compromisos polí­ticos adquiridos en campaña y lamentablemente no existe ni medio de control ni remedio para esa situación que es ya parte del sistema y que tenemos que admitir como una realidad. El caso de la reducción del impuesto sobre la renta a los canales de televisión y demás negocios vinculados es apenas uno de los tantos ejemplos de cómo en Guatemala los gobernantes llegan totalmente comprometidos y con una agenda que está dictada por los apoyos financieros recibidos durante la contienda electoral.


Cambiar esa realidad es absolutamente imposible porque requiere de la participación nada más y nada menos, que de los partidos polí­ticos por medio de sus diputados y todos sabemos que entre tales entidades de derecho público no hay ningún interés por modificar reglas del juego porque a todas ellas les conviene esa manga ancha en la que pueden hacer toda clase de arreglos que, al final de cuentas, no pagan ni ellas ni sus candidatos, sino que le pasan la factura al pueblo de Guatemala.

Y es obvio que se actúa con desfachatez y sin el menor sentido del recato y del pudor, sabiendo que la contraparte es apenas un pueblo que no pasa del refunfuño en la crí­tica contra los desmanes que le perjudican. La lista de los negocios que se cocinan desde los mismos dí­as de las campañas electorales es demasiado larga y si antes se tení­a un poco de vergí¼enza y se trataba de disfrazar el pago de favores, ahora se hace a las claras y sin ocultamiento alguno. Las cartas quedaron obviamente sobre la mesa cuando Portillo premió a su financista no sólo con importantes nombramientos en toda la administración pública sino que también cuando le cubrió las pérdidas de los bancos gemelos en cifras que hacen aparecer los 82.8 millones de Meyer como puro pisto sencillo.

Pero ni por asomo se vaya a pensar que únicamente Portillo incurrió en ese tráfico de influencias, puesto que esa historia se viene repitiendo desde hace mucho tiempo. Lo que ocurre, repetimos, es que antes existí­a recato y se hací­a el pago de facturas a escondidas, tratando de salvar las apariencias, mientras que ahora ya no y los financistas terminan hasta recibiendo nombramientos que van desde puestos como comisionados hasta secretarios y ministros del organismo Ejecutivo para que no tengan que recurrir a intermediarios para cobrarse, sino que pueden hacerlo de manera directa para que no deban compartir con otros empleadillos el privilegio que se ganaron en campaña y las formas son tan variadas que van desde la exoneración de impuestos hasta el subsidio, pasando por los viejos y añejos trinquetes de siempre.