La situación que está viviendo el mundo por la crisis económica no tiene precedentes y ya en Guatemala, pese a la optimista visión de los funcionarios que nos dijeron que no había que preocuparse porque estábamos preparados para soportar los embates, estamos sufriendo los efectos de la primera crisis de este mundo globalizado que muchos consideran la peor desde la gran depresión de 1929 y que según expertos de Naciones Unidas, ha aumentado ya escandalosamente el número de pobres en el mundo.
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En Estados Unidos, el gran referente para muchos en Guatemala, el precio del galón de gasolina regular está en el equivalente de veintiocho quetzales, es decir alrededor de diez quetzales menos que en Guatemala y al paso que van las cosas y con la expectativa de que en el Norte el galón llegue en un par de meses al equivalente de treinta y cinco quetzales, aquí estaremos para entonces pagando cifras ya muy cercanas a los cincuenta quetzales por galón. Trato de reducir la crisis a términos del valor de un galón de gasolina regular porque posiblemente ello nos permita visualizar la terrible tendencia que lleva la economía y el impacto que para un país con tanta miseria como el nuestro tiene tal debacle.
Desde el día en que la presidenta del Banco de Guatemala dijo que teníamos algunas ventajas en comparación con años anteriores para encarar la crisis, comenté que el problema de Guatemala no hay que verlo en términos de la dispersión de nuestro comercio exterior y la menor o mayor dependencia de los Estados Unidos por dos razones concretas: una es que la crisis es mundial y no afecta únicamente a los norteamericanos y la otra es que por nuestra especial desigualdad y por la magnitud de la pobreza y la pobreza extrema en Guatemala, una situación difícil que en países con mejores compensadores sociales será grave, en una Nación que no tiene ni siquiera el concepto de la compensación social adquiere proporciones dramáticas.
Y lo vemos simplemente con el tema del transporte colectivo, tema que no afecta para nada a las clases dominantes del país pero en donde puede estar el verdadero caldo de cultivo para las primeras manifestaciones de descontento porque, en honor a la verdad, no hay salida de corto plazo para el problema. En el tema del transporte nos tocará como sociedad pagar el costo del tiempo perdido, porque nuestra incapacidad para establecer sistemas eficientes y administrativamente modernos que pudieran capear en mejor forma cualquier crisis, nos obliga a enfrentar el alza con terribles consecuencias y por enésima vez será el usuario el que cargue con tan pesado guitarrón que es culpa absoluta de las autoridades que no tuvieron la capacidad de estructurar un sistema distinto.
Claro está que en medio de la crisis todos queremos soluciones para hoy, inmediatas y sensibles, pero eso nos coloca también en la posición de volver a postergar las decisiones trascendentes que requieren tiempo para implementarse. Creo que la Municipalidad fue rebasada por completo luego de veinte años de no saber cómo entrarle al tema de transporte que se convierte en un asunto de interés nacional y que por lo tanto tendrá que asumir con visión metropolitana el Gobierno central porque el Municipio no supo actuar cuando pudo y ahora ya no puede aunque quiera hacerlo. Y mientras buscamos soluciones para mantener una tarifa lo más razonable que se pueda, hay que empezar a invertir en crear el sistema que nos hace falta y cuya creación sigue siendo asignatura pendiente.