En el libro “Modernidad Líquida” Zygmaut Bauman (2004) hay un capítulo titulado tiempo/espacio, en el que este fascinante filósofo, reflexiona sobre si la instantaneidad planteada a cada momento en la modernidad que estamos viviendo no es una exageración (oxímoron, lo llama)… ¿o ya es una realidad palpable? Y señala que al haber aniquilado el concepto de espacio como valor, el tiempo se ha suicidado.
La “levedad” del ser y la velocidad del mundo, juntas hoy, conforman el eje trágico de la vida moderna, como en la novela de Milán Kundera que es un guiño este texto existencialista que connota la rutinización de la vida diaria y la falta de libertad del individuo.
En este interesante texto, Bauman da un rápido vistazo a los vínculos humanos y recurre al título de un ensayo de Bourdieu, publicado en 1997: “La precariedad está por todos lados”. Precariedad, según Bauman (2004) significa articulación de conceptos combinados: inseguridad, incertidumbre y desprotección. La identidad está en medio de todo esto, indiscutiblemente, porque se puede extrapolar: una identidad precaria, que significa insegura, en el mundo frágil de hoy; llena de incertidumbre, porque finalmente: ¿quién es quién, en este mundo en el que los narcos tienen más dinero que los Estados-nación? Precariedad total.
Y es más, la desprotección es una sensación real de todos… porque la gente se siente como un nómade, que va de casa en casa, buscando abrigo y no lo encuentra. Como humanos salimos fuera de nuestras cuevas, y sentimos que un dragón escupe-fuego, nos aniquila. Nos está esperando en cada esquina, para quitarnos las pertenencias mínimas que llevamos en la cartera: la identidad con que adquirimos, pagadera en 10 cuotas, una felicidad materialista. La “plástica” identidad que nos da una entidad financiera, ya no el propio Estado. En tanto que otros seres están invadidos (también aniquilados) por ondas electrónicas que son controladas por quienes controlan el mundo.
Esos seres poderosos que examinan, fiscalizan y definen la vida de todo el mundo, pero que como políticos, son en realidad unos ventrículos del poder económico. Esos que hoy tienen nombre y apellido y que vigilan al mundo, un mundo indignado porque finalmente nos damos cuenta –con toda crudeza– que ni siquiera la mujer más poderosa de la Tierra, puede hablar en su alemán nativo, por su celular intervenido… sin que la escuchen en Washington. Ni el presidente de cualquier nación europea ¿mucho menos nosotros? Ciudadanos pela-gatos del subdesarrollado cuarto o quinto mundo.
Bauman llama a cierto tipo de personas que se des-viven por asistir a las actividades sociales de las élites, comunidades de guardarropa. Porque estas gentes, monoaspectadas, se cambian de vestimenta según cada actividad. Por ejemplo, juegan tenis para sentirse cerca de los poderosos y visitan constantemente los centros comerciales, para estar cerca de la moda. Para sentirse que consumen lo que las élites pueden adquirir… y ellos solo admirar, pegadas sus narices a los vidrios de los grandes almacenes subsidiarios de las grandes marcas. Para que las vean, para hacerse visibles en una sociedad de la apariencia… donde el tener, es más valioso que el ser.
Para ellos, que han perdido el piso, la instantaneidad es la “pura vida”; el momento del disfrute es más importante que la verdadera trascendencia humana. Por eso, el guardarropa atestado de bienes pasajeros, de costosos aunque simples “trapos” –que se son deleite de las polillas– representa una vida llena de elementos fútiles que no son útiles, nada más que para la apariencia momentánea. Sí, la instantaneidad ha obligado al tiempo a suicidarse. Le hemos restado valor a lo importante, para dárselo a lo que es transitorio, temporal, perecedero.
La prisa, decía mi padre, es mal consejera. Hoy todo es de prisa. Prisa con la prisa. Estamos aprisionados en una mazmorra conceptual: inseguridad, incertidumbre y desprotección.