No es exagerado afirmar, que la amistad en estos convulsivos tiempos, como que se ha ido enfriando y cuando se habla de verdaderos amigos, se pueden contar con los dedos de la mano. Hay personas que dicen ser «nuestros amigos», pero sus hechos dicen todo lo contrario, pues siempre nos dejan un sabor amargo por sus nefastas actitudes. Se cuenta que el gran Aristóteles caminaba un día por una calle, y hablando en voz alta decía: ¡amigos míos! ¡amigos míos!… y hacía como que saludaba a la gente. Alguien, asombrado, le dijo: ¡pero si no hay nadie!… Y el filósofo contestó: «Â¡tampoco hay amigos, y por lo mismo saludo así!…» A lo mejor esta actitud extraña por parte del insigne Aristóteles, no deja darnos una lección y nos da la pauta para pensar que en todos los tiempos, la humanidad siempre ha actuado igual.
Acabo de ser testigo de un encuentro entrañable de dos amigos que tenían algo así como 30 años de no verse (el periodista Federico Castillo Valenzuela, y el señor Roberto Davis). El señor Davis a quien tuve el honor de conocer y tratar, me dio una cátedra de lo que debe ser una amistad inquebrantable, una amistad sincera que ni el tiempo ni la distancia puede borrar entre dos buenos amigos que se conocieron desde la infancia.
Y es que la amistad se cultiva, se conserva cuando tiene suficiente solidez y no se mancha con actitudes taimadas y deshonestas. Algunas gentes como que no comprenden la magnitud de una leal amistad, y traicionan la confianza que se les brinda. El señor Davis, izabalense de pura cepa, partió hace muchos años hacia la tierra del Tío Sam, buscando nuevos horizontes o quizá escapando de su amado Izabal, por esa pobreza y falta de oportunidades que existen en la provincia.
Pero que bella es la manifestación de una amistad, cuando dos amigos se encuentran después de muchos años de no verse, y luego un abrazo muy fuerte plasma una verdadera hermandad y camaradería.
El señor Davis, aún sin conocerme plenamente, me extendió su mano de amistad, brindándome una dosis de un recuerdo imperecedero. Y que más que la página de opinión de Diario «La Hora», para reiterarle mi sincera admiración a su don de gente.