El temporal que inundó la Antigua


La señal inequí­voca de que va a llover en la ciudad de Antigua Guatemala, es cuando se oscurece el cielo sobre el cerro del Rejón. Las abuelas lo tienen por cierto y los campesinos lo afirman.

Mario Gilberto González R.

La luminosidad del dí­a se opacó con nubes negras y las gotas dispersas de agua empezaron a caer sin prisa. Luego fueron persistentes y en un plis plas, la ciudad estaba bajo un fuerte aguacero. Sus calles de pronto se nublaron, la visibilidad era escasa y el suelo sediento, poco a poco se empapó. Mi madre sacó presurosa sus macetas del corredor al patio, porque el agua de lluvia las alimenta y después lucen esplendorosas.

El naranjal y el guayabal a la mitad del patio de la casa, se bañaban placenteros y las flores y las matas medicinales, recibí­an la lluvia como una bendición.

La lluvia refresca el ambiente, se duerme placentero y hace bien a los árboles, a las siembras y a las plantas. Se recibe con alegrí­a. Pero la de ese dí­a continuó sin cesar durante el dí­a y la noche. No fue un aguacero sino que la época de lluvias de finales de 1949, no quiso irse sin antes derramarse en un copioso temporal, de lluvia permanente de dí­a y de noche a lo largo de tres dí­as, en un solo tono, monótono que cansa y entristece.

Amaneció nublado y frí­o. El agua de lluvia caí­a persistente de las tejas que cubrí­an el corredor y el patio sediento, los jardines y las macetas, estaban inundados y las matas mustias. Las goteras en el corredor dejaron grandes posas de agua en los ladrillos y el espacio sin goteras era reducido. El agua caí­a con tal intensidad como que los grifos del cielo se hayan abiertos al mismo tiempo.

Mi madre tuvo dificultad para hacer y servir el desayuno. Después el almuerzo y luego la cena. Al salir a la calle para ir a comprar el pan, las tejas no goteaban sino era un chorro lo que botaban. De la boca de los caños de las terrazas, salí­an chorros de agua que al juntarse con la de las tejas, aumentaban el caudal del rí­o que corrí­a al centro de la calle y que cada vez se extendí­a en la medida que la lluvia persistí­a. Habí­a que pasarlo obligado para ir a la panaderí­a, a la tienda o la carnicerí­a, con el riesgo de una caí­da, por la fuerza misma del agua y porque arrastraba palos, piedras y toda clase de desperdicios que encontraba a su paso.

El desnivel de la calle de la Concepción desde el puente del rí­o Pensativo hacia el Parque Central, hací­a que el rí­o a la mitad de la calle, fuera en aumento. Hací­amos barcos de papel. La parte de abajo la protegí­amos con cera o parafina derretida y en el centro le colocábamos un cabo de candela, lo encendí­amos y era una gozada ver cómo se lo llevaba la corriente.

Las calles sin empedrado, que eran muchas, se tornaron en peligrosos lodazales. Con facilidad se hundí­a uno al dar el paso y costaba desplazarse sin riesgo de quedarse atrapado o caerse. La lluvia lo habí­a inundado todo.

Nosotros nos preparábamos para los exámenes finales en el glorioso Instituto. Nuestro grupo de estudio se reuní­a en casa de un compañero que viví­a en el Ingenio de café San Lázaro, justo al lado del cementerio del mismo nombre. Para llegar habí­a que atravesar la ciudad bajo los chorros de agua que soltaban las tejas, atravesar las corrientes de agua a la mitad de las calles y vencer los peligrosos lodazales. La calle del Cementerio desde la alameda de Santa Lucí­a era de tierra y una cuadra antes del Camposanto estaba sembrada de ambos lados, de viejos y robustos árboles que formaban una alameda que oscurecí­a el paso. Era tenebroso su paso en las tardes de invierno.

Debí­amos presentar inmaculados dos álbumes. Uno de Anatomí­a y otro de Caligrafí­a. Las goteras persistentes en la casa, hací­an cada vez más difí­cil realizarlos, porque era un desorden de camas y cómodas, pero cuando se pone en acción la voluntad de hacerlo y el ingenio, nada es imposible. Y esos álbumes fueron presentados a su tiempo y según los requisitos señalados.

Durante la noche, mi madre colocaba los zapatos alrededor de la lumbre para que se secaran. Al dí­a siguiente, parecí­an dos barquillos. Se juntaban la puntera con los talones y con esa forma habí­a que meter de nuevo el pie y con el peso volví­an a tomar su forma, no sin antes lastimarse seriamente. Los primeros pasos eran dados con dificultad y dolor.

Las paredes se limpiaron y las tejas se enchumbaron de tal forma que, las goteras se filtraban por toda la casa y el peso hací­a crujir el artesonado. Una variedad de recipientes, se extendí­an en el piso para recibirlas, pero de noche, cada recipiente soltaba un sonido diferente que no dejaba dormir.

Las paredes de las ruinas, mostraban la profundidad de la filtración del agua y el riesgo de caerse y los caminos adyacentes eran intransitables, por las corrientes de agua, por los derrumbes y por los lodazales. En los cercos, en cambio, el chichicaste y la yerba mala reverdecí­an.

Los ví­veres escasearon porque el temporal no sólo afectó a la ciudad de Antigua Guatemala, sino a todo el paí­s. Los abastecedores de las Milpas Altas, se quedaron atrapados por los derrumbes en los caminos. A la mamá de Simona la vecina, una pared de su casa se derrumbó y la mató. El diputado Palma falleció al estrellarse la avioneta que lo transportaba, cuando pasaba por el cañón de Palí­n, El derrumbe en las carreteras, impidió el paso de vehí­culos y los rí­os inundaron grandes extensiones. El rí­o Pensativo llenó su cauce y poco faltó para que se desbordara. El volcán de Fuego, amenazó con una erupción. Su resplandor de fuego, era visible a pesar de la niebla.

Desde el corredor de la casa, veí­amos llover intensamente. El espí­ritu de mi madre era presa del melancólico ambiente y con un dejo de tristeza, cantaba: «La tarde era triste, / la nieve caí­a, / su blanco sudario los campos cubrí­a, / ni un ave volaba, / ni oí­ase rumor. // Apenas la nieve / dejando su huella, pasaba muy triste, / muy pálida y bella, / la niña que ha sido / del valle la flor…»

Después de tres dí­as de lluvia incesante de dí­a y de noche, empezó a calmar y a verse los débiles rayos de sol. La palomita blanca en raudo vuelo dejó su palomar, la lorita Lolita salió de su escondite entre las ramas y volvió a llamar a su lorito Arturo y un arco iris sobre el cerro de la Chácara, anunció el cese del temporal que causó tantos estragos en la ciudad de Antigua Guatemala y en todo el territorio nacional.