El tema es la impunidad



Tanto si hablamos del caso Rí­os Montt y los delitos de lesa humanidad cometidos durante el conflicto armado interno como si lo hacemos de la corrupción, de la violencia generalizada y hasta de la anarquí­a vial existente en el paí­s, tenemos que entender que el común denominador de todos esos fenómenos se llama impunidad y constituye sin duda alguna la raí­z de muchos de los males que nos aquejan como sociedad. Es más, vale la pena decir que en Guatemala impunidad es a la larga el juego que todos jugamos, porque sea en cuanto a obligaciones fiscales o en cuanto a pasarnos un semáforo en rojo, además de los casos arriba enumerados, son muy raras las excepciones que sirven apenas para confirmar la regla.

La inscripción de la candidatura de Rí­os Montt ha provocado reacciones indignadas de las ví­ctimas de la violencia durante la guerra que sufrió Guatemala, pero la misma se enmarca dentro de ese sistema que los mismos guatemaltecos nos resistimos a cambiar porque, en el fondo, todos terminamos sacando mayor o menor provecho de la anarquí­a y de la falta de certeza legal que se traduce en impunidad buena tanto para cosas grandes como para las pequeñas transgresiones a normas y reglamentos del dí­a a dí­a.

Amnistí­a Internacional acaba de presentar un informe en el que señala que el nuestro es el paí­s con mayor impunidad en el continente y eso debiera preocuparnos y, más aún, obligarnos a actuar colectivamente para presionar a las autoridades a fin de terminar con el fenómeno. Pero resulta que vimos el informe y hasta seguramente muchos coincidimos con el enfoque, pero damos vuelta a la página y continuamos con nuestra vida y nuestra normalidad como si tal cosa, entendiendo que para Guatemala la normalidad es sinónimo de un sistema de impunidad casi perfecto.

Obviamente el rechazo a la inscripción de Rí­os Montt adquiere proporciones paradigmáticas por lo que el antiguo dictador representa y porque permite dimensionar correctamente la magnitud del problema, pero nos preocupa que frente a la apabullante demostración de una falla estructural que afecta a todo el sistema, el colectivo social permanezca relativamente impasible y que no se produzcan reacciones para exigir a las autoridades el simple cumplimiento de la ley. Tenemos no sólo ineficiencia y corrupción en la Policí­a Nacional Civil, en el Organismo Judicial y en el Ministerio Público, sino que también evidencias de que el crimen organizado y los poderes paralelos han cooptado a esas instituciones, condiciones que al unirse garantizan la impunidad perfecta y los ciudadanos ni siquiera nos inmutamos.

La denuncia es válida y buena, pero hay que ir más allá para concretar acciones que obliguen a las autoridades al simple cumplimiento de su deber, administrando correctamente la justicia. Mientras sigamos cruzados de brazos, los creadores de esa especie de tormenta perfecta seguirán frotándose las manos.