Posiblemente el punto culminante de la toma de posesión del nuevo gobierno fue el llamado al diálogo entre los distintos sectores del país para definir el tipo de Nación que queremos. Sentada la premisa de que no se puede seguir ignorando el calvario de los pobres, era necesario articular un gran acuerdo nacional para enfrentar con solidaridad el problema y por ello el llamado al diálogo era tan importante.
Sin embargo, como telón de fondo del diálogo que será convocado hoy y a manera de triste presagio, el comportamiento de la dirigencia magisterial señala ya cuán lleno de obstáculos estará el camino, porque está visto que en Guatemala muchos entendemos el diálogo como la oportunidad para imponerle nuestro criterio a la contraparte, como un instrumento en el que si nos dan un dedo nos agarramos ya no la mano, sino el cuerpo entero. No tenemos aún la madurez para entender que diálogo y negociación política son sinónimos de ceder cada parte algo para alcanzar el bien común, los entendidos que nos permitan trabajar a pesar de las diferencias.
Se ha criticado mucho a la dirigencia sindical por su actitud arrebatadora, pero la verdad es que eso forma parte de nuestro modo de ser, de nuestra idiosincrasia. Somos un país complejo en el que, lamentablemente, no hemos llegado a tener la madurez para aceptar que un gran acuerdo es indispensable y que debe tener como punto de partida la búsqueda de aquellas áreas de entendimiento común que permitan superar las diferencias en otros aspectos de la vida. Algo tiene que haber como denominador común de lo que deseamos para el país y en eso nos tendríamos que poner de acuerdo para superar nuestros otros desacuerdos.
Lamentablemente hay que entender que todos los procesos de diálogo se han frustrado tanto por la ausencia de una agenda clara de objetivos nacionales, como por el sectarismo y estrechez mental de quienes de declaran dueños de la representación sectorial. Y como para sentirse más representantes, más legítimos en la representación no se entiende otro camino que el de mostrar fuerza, terminamos dejando el espacio a la pura confrontación que nos divide más y que anula las posibilidades de un acuerdo sano y comprensible.
Si el ejemplo del diálogo será el conflicto entre el Gobierno y el magisterio, amolados estamos. Los gobernantes no están acostumbrados a que se les exija que cumplan ofrecimientos de campaña y los ciudadanos no sabemos cómo exigir ese cumplimiento. Por ello, triste es decirlo, estamos como estamos.