El teatro humano


Entre las muchas cosas que tiene la vida se encuentra el hecho de la diversión que provocan los protagonistas del teatro humano. Algunos no sienten gusto en reí­rse de sí­ mismos y así­ en las reuniones son un bostezo por esa tendencia al gesto adusto y amargo. Por lo que respecta a mí­, me disfruto las reuniones con los amigos porque veo en cada uno un filme humorí­stico que, con todo el respeto del mundo, transforman el planeta en un lugar habitable.

Eduardo Blandón

Entre mis amigos, por ejemplo, me divierte el hecho de que todos dicen haber sido guerrilleros. Ellos pusieron bombas, estuvieron en el exilio, repartieron volantes, desafiaron a Chupina, volaron balas, dinamitaron edificios, conspiraron, quemaron tanquetas y casi se inmolan en la plaza central. Son unos «Rambos» vivientes. Me encanta verlos rememorar las células a las que dicen haber pertenecido, las citas constantes al catecismo de Marx y evocar uno a uno el nombre de los mártires caí­dos en combate.

Lo divertido de todo es que habitualmente cada uno tiene su propia versión de los hechos y son la historia humana de los oportunistas que ahora, de manera fraudulenta, se hacen llamar «ex guerrilleros». «Ese no estuvo en nada, desmienten cuando les cité un nombre, ese chavo era un niño para esa época, es imposible que haya participado en el levantamiento armado». Así­ he aprendido a ubicar, desde sus mágicas perspectivas y fantasí­as, quiénes estuvieron en las organizaciones y quiénes no.

Los humanos somos un poco así­, fanfarrones, imaginativos, soñadores. Lo mismo sucede cuando en las reuniones se habla de mujeres. Aquí­ no hay ninguno que necesite de ayuda (Viagra, por ejemplo), no, qué va. Cada uno dice tener tanta energí­a como cualquier garañón joven. Las proezas citadas son formidables: noches enteras de eyaculación generosa, miembros descomunales, gritos de infarto en los hoteles y muchos casos de féminas hermosas y ninfómanas. Uno termina por concluir que los muchachos tienen un «sex appeal» y un vigor dignos de la combinación entre Brad Pitt y King Kong.

Luego de tanta depravación en las conversaciones (¿qué serí­a de la vida sin los contrastes?), los amigos suelen tocar temas religiosos -como si lo sexual inconscientemente creara sentimientos de culpa-. En este momento, no hay quién no diga que fue seminarista y casi cura. «Yo fui monaguillo por muchos años, dice el primero, quise ser ministro de la iglesia, pero con el tiempo salí­ del seminario». El siguiente afirma haber estudiado latí­n con ahí­nco, griego, hebreo y arameo, hasta el punto de hacernos sentir que estamos ante un polí­glota importante y valioso, demasiado para estar en esos lugares del bajo mundo en el que acostumbramos reunirnos. «Un diamante en bruto», pienso, y me culpo por no haber descubierto cualidades que ahora me parecen evidentes.

La imaginación y el humor están presentes en los cí­rculos de amigos. La condición «sine qua non» consiste en renunciar a la sensatez y darle la oportunidad a la fe, al crédito ajeno, a la invención y no racionalizar. Sólo los torpes y faltos de inteligencia vital contradicen, protestan y rechazan las historias. Sujetos así­ no pueden disfrutar de la vida, están condenados a la tristeza y a la melancolí­a. Están, como dirí­a el poeta, jodidos.