El sueño de Martin Luther King, a prueba


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Cuando abordó un autobús Greyhound rumbo a la Universidad Princeton, Glennon Threatt se prometió que nunca volvería a este lugar. Como hombre negro, no veía posibilidad alguna de cumplir sus sueños en una ciudad atosigada por los fantasmas de su pasado racista.

Por SHARON COHEN
BIRMINGHAM /Agencia AP

Helen Shores Lee dejó Birmingham años antes, haciendo la misma promesa de no regresar. Como hija de un prominente abogado de derechos civiles, deseaba huir a una ciudad empañada por las leyes de Jim Crow que reglamentaban la discriminación racial: los bebederos para blancos y negros, la segregación en la asignación de lugares en los autobuses, las humillaciones diarias contra las que se rebeló en su infancia.

Ambos cambiaron de parecer. Regresaron de sus exilios y lograron exitosas carreras —él como un defensor público federal adjunto, ella como jueza— en una Birmingham transformada por una revolución hace medio siglo.

Esta semana, mientras la nación celebra el 50mo aniversario del discurso «Tengo un sueño» del reverendo Martin Luther King Jr., tal vez no haya lugar mejor que Birmingham para medir los progresos registrados luego del histórico llamado del líder de derechos civiles a favor de la igualdad racial y económica.

Después de todo, esta ciudad es tierra santa en la historia de los derechos civiles. Fue ahí donde encarcelaron a niños que marchaban por la igualdad, donde manifestantes fueron atacados por agresivos perros policías y lucharon contra chorros de agua lanzados a alta presión y fue ahí donde cuatro pequeñas niñas en sus mejores ropas de domingo fueron asesinadas cuando dinamita colocada por integrantes del Ku Klux Klan voló su iglesia en un horrible acto de maldad.

Ese fue el Birmingham del pasado. La ciudad que King condenó por su «espantosa historia de brutalidad». La ciudad en la que él escribió su apasionada «Carta desde una cárcel» en la que subraya la «responsabilidad moral de desobedecer leyes injustas». La ciudad donde el movimiento se formó, halló su propia voz y creó las condiciones que derivaron en la emblemática legislación de derechos civiles.

Este es el Birmingham del presente: El aeropuerto tiene el nombre de un intrépido defensor de los derechos civiles, el fallecido reverendo Fred Shuttlesworth. La página de internet oficial de la ciudad incluye la campaña ‘Cincuenta años hacia adelante’, que abiertamente exhibe fotos de acontecimientos vergonzosos de 1963. Jueces y profesores negros trabajan en lugares en los que en su momento reinó la segregación y alcaldes negros han ocupado el ayuntamiento desde 1979, gracias en parte a que muchos residentes blancos han migrado a los suburbios, un patrón familiar en las urbes de Estados Unidos.

¿Será que el sueño de igualdad de King se ha cumplido aquí y Birmingham ha dejado atrás su turbio pasado?

En cierta forma, la respuesta es sí. La ciudad ha cambiado de formas que hubieran sido impensables y aun así, hay cierta sensación de que Birmingham todavía tiene mucho camino por recorrer.

Las barreras legales y sociales que impedían el acceso de negros a las escuelas y a los empleos fueron derribadas hace mucho, pero la disparidad económica persiste.

Negros y blancos trabajan juntos y cenan lado a lado en restaurantes, pero por lo general no se mezclan después de las cinco de la tarde.

Los insultos raciales son inusuales, pero las sospechas y las tensiones persisten.

«No creo que nadie de nosotros pueda negar que ha habido cambios significativos en Birmingham», indicó  Shores Lee. King estaría orgulloso, agregó, pero «él diría que hay mucho trabajo por hacer. Yo creo que nos diría que nuestra tarea no ha terminado».

En medio de las flores y la fuente en el parque Kelly Ingram hay crueles recordatorios de los desagradables enfrentamientos. Fue en esta área, ahora conocida como el Distrito de los Derechos Civiles, donde las escenas de la brutalidad policiaca quedaron capturadas en fotografías e imágenes de televisión que ayudaron a impulsar la opinión pública en favor de los manifestantes.

Hoy en día, el parque cuenta con una estatua que conmemora a King. Hay una escultura de un joven manifestante, con sus manos a la espalda, mientras un policía lo toma con una mano y sostiene a un pastor alemán con la otra y otra de un niño y una niña mirando sin inmutarse y en cuya base se lee «No le temo a tu cárcel».

Para quienes se criaron aquí, estas obras no sólo son arte, sino recordatorios del valor de amigos y vecinos.

«Es como estar en la película ‘El sexto sentido’, en la que todo lo que ves son fantasmas», dice Threatt. «Es como cuando alguien que sirvió en la Segunda Guerra Mundial vuelve a Normandía. Un sitio donde le sucedieron cosas muy, muy reales y conmovedoras a gente que tú conoces».

Threatt tenía apenas siete años cuando King habló de su visión de una sociedad sin distinción de razas ante cientos de miles de personas congregadas en el Paseo de los Monumentos de Washington. Poco después, fue uno de tres estudiantes negros dotados que se matricularon en una escuela primaria para blancos. Le escupieron, lo golpearon y lo insultaron.

Esa experiencia quedó marcada en su memoria. Hoy, a los 57 años, Threatt de vez en cuando se encuentra con un compañero del sexto grado, hoy vicepresidente de un banco, que fue uno de los chicos que lo hostigaban. Tienen conversaciones cordiales, pero no se olvida del pasado.

«Me cae bien», comenta. «No creo que sea un racista. Se vio envuelto en cierta situación social… Hay que superar esas cosas para sobrevivir en el sur… De lo contrario te abruman el odio y la lástima que sientes por ti mismo y no puedes seguir adelante».

Threatt se graduó en Princeton y luego en la Facultad de Leyes de la Universidad Howard, y trabajó en Denver y Washington, pero en 1997 regresó a Birmingham. Él y la ciudad habían cambiado, relata, y Birmingham era más progresista. Se incorporó a un importante estudio de abogados, algo que hubiera resultado inimaginable 50 años atrás.

Threatt quiso ser abogado en parte por Arthur Shores, un abogado de derechos civiles que luchó contra la segregación en la Universidad de Alabama. Su casa fue blanco de atentados con bombas dos veces en un lapso de dos semanas en 1963.

Una hija de Shore, Helen, resistió la segregación durante toda su infancia y una vez bebió agua de una fuente para blancos, en un gesto desafiante que le valió una tunda cuando volvió a su casa. A los 12 años le apuntó un Colt 45 a varios individuos blancos que lanzaron insultos racistas desde un auto que pasaba frente a su casa. Su padre, cuenta, le arrebató el arma, de la cual salió un disparo al aire en el forcejeo.

Helen vivió en otros sitios 13 años y regresó a Birmingham en 1971. Cambió de carreras y en 2003 se hizo jueza para poder combatir toda forma de racismo.

En sus primeros años como jueza algunos abogados se negaron a ponerse de pie cuando ella ingresó a la sala, como es tradición y dice que conoce abogados que le faltan el respeto a clientes de minorías.

«El racismo está vivito y coleando en el sur», sostiene. «Uno puede aprobar leyes, pero no cambiar la actitud de la gente hacia los negros y los hispanos».

Los blancos ya no son la mayoría en Birmingham y los residentes negros representan hoy casi el 75% de la población. El evidente racismo de principios de la década de 1960 ha terminado, pero el tema en sí no ha desaparecido totalmente.

James Rotch, un abogado blanco, lo ha confrontado abiertamente desde 1998 cuando lanzó la Promesa Birmingham, un programa para erradicar el racismo y el prejuicio.

La «promesa» se ha convertido en una fundación con conferencias y una semana de eventos especiales que se realizan alrededor del aniversario en septiembre de la explosión de la Iglesia Bautista de la Calle 16ta en que murieron las cuatro niñas en 1963. Los materiales educativos del programa son usados en todos los estados y en 21 países.

La promesa misma —una declaratoria de misión— ha aparecido en lugares que varían desde una pizarra de anuncios públicos afuera del Taj Mahal en la India a un centro de capacitación laboral en Connecticut.

No todos comparten el interés de Rotch por enfatizar la raza.

«Hay mucha gente buena y bienintencionada que dice, ‘Mira, si dejamos de hablar sobre todo esto, se irá’. Yo no lo creo», informó. «…Si hacemos de cuenta que no está ahí, entonces nunca lo solucionaremos».

En los últimos 15 años, Rotch dice que ambas razas se han sentido más cómodas la una con la otra y quienes tienen 30 años o menos «realmente no entienden por qué alguien sería víctima de prejuicio», dijo. «Se entremezclan con facilidad y no ven cuán importante es ese asunto».

Aun así, hay límites en cuanto a la socialización. El sueño de King se hace «realidad durante el día» en los lugares de trabajo y en los restaurantes, de acuerdo con Jim Reed, propietario de una librería.

«Cuando la gente no piensa al respecto, se hace realidad», afirmó. Sin embargo, una vez en casa, no se inclinan a expandir sus círculos sociales.

«La gente no sabe cómo superar esa división» pese a que algunos desearían hacerlo, agregó. «Creo que es algo que va a tomar mucho tiempo. Es algo que exige un cambio generacional».