El 23 de febrero de 2010 es ahora fecha histórica. Los mandatarios de la región aprobaron constituir la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, que incorpora a todos los países del hemisferio, salvo Estados Unidos y Canadá. Recordando las sabias palabras de Bolívar, «cuidado con el coloso del Norte», se llama a la formación de un organismo que, finalmente, responda a las necesidades de los pueblos de la región.
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La Organización de Estados Americanos (OEA), formada a instancias de Estados Unidos para la agenda hemisférica, no ha cumplido su papel protagónico a favor de nuestros pueblos por el desbalance entre una potencia mundial y los países de la región. La OEA, en el pasado, favoreció siempre los intereses de los Estados Unidos, particularmente como su aliada en la Guerra Fría. La condena del gobierno de Jacobo írbenz, como parte de la intervención estadounidense en Guatemala en 1954, y la expulsión de Cuba como miembro, cerraron a la OEA las posibilidades de ayudar a la causa de los derechos humanos, sin oponerse a las «guerras sucias» que proliferaron en toda la región bajo la tutela del Tratado Interamericano de Defensa; de la democracia, permitiendo que las dictaduras militares y los dictadores siempre gozaran de muy buena salud; del desarrollo social y económico, en el que nunca se involucró; y de la paz, mostrando su inoperancia durante las guerras en Centroamérica, las invasiones de Estados Unidos a Granada y Panamá y la guerra de las Malvinas. La proximidad a la Casa Blanca y a los fondos del tesoro estadounidense impidió su funcionamiento autónomo y digno. Las fuerzas progresistas de América Latina y el Caribe, en la medida en que fueron recuperando el terreno que se les arrebató a sangre y fuego, fueron promoviendo cambios importantes en la OEA, que le han devuelto un papel más positivo. Son encomiables las labores de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y los fallos trascendentales de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Igualmente, la OEA se ha colocado a la vanguardia de los esfuerzos por reconocer internacionalmente los derechos de los pueblos indígenas, sin cuya implementación la democracia seguirá siendo una palabra desprovista de contenido para las grandes mayorías de la «América morena». Incluso, en lo político, a petición de Honduras, la OEA corrigió su error y derogó la exclusión de Cuba de la Organización. Lamentablemente, fue un acto de autonomía que Estados Unidos no perdonó. No solamente alentó y permitió el derrocamiento de Zelaya, sino que hizo fracasar los intentos de la OEA por superar la crisis. Por ello es que es correcta la medida de crear un nuevo organismo sin los Estados Unidos y Canadá. La vocación de esos países sigue siendo imperialista, al igual que otras potencias mundiales, como Inglaterra con su prepotencia en las Malvinas. Aun en acciones humanitarias como la de Haití, se nota el espíritu imperial cuando se esgrimen razones para invadir militarmente y negar a ese país su derecho a la autodeterminación. En el futuro del continente americano será la verdadera unidad por la supervivencia de América Latina y el Caribe la única fuerza que podrá equilibrar las acciones del neoimperialismo, formulado por Bush e intacto bajo Obama.