El status quo vrs el cambio


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Hace unos años, la Sociedad Mundial del Futuro (World Future Society), en una conferencia anual tuvo como lema “Pensar globalmente, actuar localmente”. La globalización de las comunicaciones, que facilitan el intercambio de ideas, propuestas, concretar negocios, y muchos más aspectos, ha producido tal cantidad de información nueva, que la sociedad la llamó la Era informática. La tecnologí­a ha ayudado en que esa información sea distribuida al mundo, segundos después de sucedido un acontecimiento noticioso ya sea exitoso o escandaloso. El caso del señor Rupert Murdoch, empresario de medios de comunicación y el espionaje telefónico usado por una de sus empresas, es un ejemplo. Sin embargo, la calidad de la cantidad de información ofrecida tiene mucho que desear en un buen porcentaje. Sucede entonces que ahora estamos en dos situaciones a la vez y hay interrogantes que responder. Uno es, qué hacemos con tanta información. Tenemos que tener la habilidad de distinguir la diferencia entre la buena información y la que solo ocupa tiempo y espacio y que no redunda en beneficio alguno.

Raymond J. Wennier

 


El segundo interrogante es cómo tener la habilidad de adaptabilidad a una sociedad de cambio. Hace años usé la frase “El cambio es el presente en que vamos a vivir”. Hoy dí­a, los expertos calculan que los cambios cientí­ficos se producen alrededor de cada diez y ocho meses. Esa es una realidad a la que tenemos que ajustarnos.  En unos pocos años vamos a estar hablando de cambios cada 12 meses, que afectarán a la sociedad mundial. Veamos un ejemplo: En enero empezamos con un plan y estrategias anuales  para lograr los objetivos empresariales e individuales; antes de llegar a diciembre ya habremos tenido que hacer los ajustes debidos a la producción de nueva información que nos obliga a  hacer esos cambios. Esos aspectos son a nivel global. El siguiente componente es la “actuación a nivel local”. Es aquí­ donde hay que implementar el mayor tiempo para pensar y hacer las consideraciones de qué cambios y cómo utilizarlos en beneficio de toda la población, léase Nación.

Probablemente lo más difí­cil para el ser humano es alterar su rutina, su manera de hacer las cosas. Es destruir para luego construir una nueva conducta o forma de actuar que demuestra también una nueva forma de pensar. El status quo consiste en mantener las condiciones existentes. Es mucho más cómodo seguir haciendo lo conocido y no tener que aprender una nueva forma de manejar las acciones de la vida. ¡El cambio da miedo! Lo desconocido causa temor y por lo tanto algunos prefieren seguir como estamos y no “mover la lancha”.

Esa actitud es la que produce conformismo colectivo y el resultado es una sociedad sin innovaciones, sin progreso y sin cambio para el desarrollo de la población “local”. Todo el mundo habla de los cambios necesarios desde su particular punto de vista y probablemente como resultado de consultas con algunas personas de la población local. Sin embargo, cuando llega el momento de poner en práctica los cambios acordados, viene la resistencia y en muchos casos el rechazo total de lo hablado. ¿Por qué? Porque los cambios producen un desbalance interior que lleva consecuencias a su forma exterior de vida. Es importante pensar en cómo van a ser recibidos los cambios, a qué personas afectarán, quiénes van a ponerlos en práctica, a quién o a quiénes corresponde realizarlos. No todos pueden presentar el cómo, sin embargo, sí­ es el trabajo de un lí­der, preparar y comunicar a la población los cambios que son necesarios hacer para que la sociedad pueda avanzar cada vez más para ser actor en el escenario mundial y así­ aprovechar la interrelación con los otros actores globalmente activos.

Hay diferencia entre un administrador que pone en práctica las disposiciones de los lí­deres y el lí­der que ocupa el tiempo fuera de sus obligaciones diarias para pensar, decidir y planificar antes de actuar. El lí­der no es un “apaga fuegos”. Hay una regla que dice que “cada minuto invertido en la planificación, ahorra diez minutos en la ejecución de los proyectos”. Obviamente, el lí­der no puede ser el “sabelotodo” de la organización en el siglo XXI. Eso se aplica a maestros de escuelas igual que a mandatarios de una nación. El equipo, a su nivel, que acompaña al lí­der, es de importancia incalculable para que las mejores decisiones sean las que se dispongan. El  equipo de trabajo, ya sea en una organización de gran tamaño o en una nación, el lí­der tiene que formarlo con personas no sólo con el “expertise” en su área especí­fica sino también con psicólogos, sociólogos, antropólogos y otras ciencias para conocer las raí­ces de las distintas culturas y cómo saber cuál es la mejor forma de presentar los proyectos a la población. No quiero usar la palabra “convencer” por su connotación negativa a veces usada, pero eso es lo que el lí­der hace:

 Convence con razones basadas en la buena información generada en las comunidades mismas y luego comunicada para que las personas lo apoyen en su papel de lí­der. ¿Cómo puede hacerlo? Formar un equipo cuyos miembros son honestos, inteligentes, trabajadores, exitosos y no nombrados por “cuello” sea este blanco, gris o negro y que no puedan contribuir efectivamente a la visión y misión del lí­der. A pesar de tener información en abundancia, falta en el gobierno el liderazgo ante temas como la violencia, la corrupción, narcotráfico para confrontarlos con el apoyo de la población convencida que la acción es más productiva que el conformismo. Es la combinación de la información y el liderazgo lo que va a producir cambios beneficiosos para la sociedad guatemalteca. En el siglo XXI hay que pensar globalmente para actuar localmente.