En ningún momento se me ocurrió comprar un paquete de cuetes para quemarlo y que tronara con estrépito, en demostración de júbilo por la decisión presidencial de clausurar las operaciones del Fondo Nacional para la Paz; pero tampoco he tenido la lejana idea de vestirme de luto por la próxima desaparición de esa institución que simboliza, y no hasta ahora sino desde hace varios gobiernos, el nauseabundo grado de corrupción que apesta en casi todas las dependencias del Estado, con diferentes modalidades, distintos actores y variados escenarios.
Que no resulten ahora con los ojos colorados y la voz enronquecida, como muestra de congoja o satisfacción, políticos de la catadura de Haroldo Quiej, Jairo Flores o Edgar Ajcip aparentando frustración en torno al historial de esa institución que desde su creación ha sido ansiado botín para personas de nefastas credenciales.
¿Esos políticos y los otros que estuvieron al frente de tal Fondo aceptarían ser investigados para comprobar que no tocaron un solo centavo en los negocios turbios que han caracterizado a ese ente y que si escalaron posiciones en la escala de la perversa casta política no es consecuencia de dinero mal habido?
¿Comparten Quiej y Flores lo que aseveró Ajcip al indicar que las decisiones atinentes a los oscuros contratos y las turbias compras realizadas por Fonapaz son sólo responsabilidad del Gobierno actual?, llegando a afirmar que no se le puede achacar a las anteriores administraciones (como la suya) negocios corruptos, aunque reconoció que “el sistema se volvió “clientelar” ¿Después que él, Ajcip, entregó el cargo?
Habría que preguntarle, tanto a los antecesores del aún director de Fonapaz, Armando Paniagua, como a la vicepresidente Roxana Baldetti, ardiente defensora de este ambicioso político, si coinciden en su criterio de que “Los señalamientos de corrupción para la entidad no ameritaban el cierre de la institución”, puesto que, según él, fueron muchas las alusiones que carecían de fundamento, y que sólo perseguían “destruir la imagen del Fondo”.
Al leer este párrafo de las declaraciones del citado individuo aflora el sentimiento de lanzar una exclamación escatológica y de escribirla en este mismo espacio si no fuera por respeto a los lectores, porque uno se pregunta ¿Cuál imagen, ególatra funcionario?, que todavía tuvo el descaro de asegurar que las críticas contra la corrupción imperante en Fonapaz fueron originadas con el objeto de “desprestigiar y desestabilizar al gobierno” (sic).
O Paniagua piensa que la mayoría de los guatemaltecos son una partida de estúpidos incapaces de distinguir entre el Sol y la Luna, o su facultad de raciocinio subyace en el sótano de la estulticia, al grado de aseverar que el Presidente, clausuró las actividades de Fonapaz como consecuencia de que fue objeto de “muchas presiones”, lo que no obsta para que aquel funcionario sea ubicado en otro apetitoso cargo, como lo anunció su hada madrina.
A propósito de lo dicho por la vicepresidente de la República, en el sentido de que “Fonapaz no se componía ni con el cambio del Director”, esa expresión puede aplicarse a numerosas instituciones del Estado, que ni renovando al Ministro, Director General, al Gerente o como se le designe al titular de la dependencia gubernamental que sea, la generalizada corrupción con la que el guatemalteco común y corriente se topa en las ventanillas de indistintas oficinas estatales no va eliminarse con la destitución de las cabezas, porque es un fenómeno que está enraizado y que se vislumbra desde las alturas del Estado ¿Estaremos equivocados cuando nos recordamos del negocio en la Empresa Portuaria Quetzal? Es el sistema el podrido.
(El empleado de Fonapaz Romualdo Tishudo parafrasea un conocido refrán de autor que desconoce: –Un corrupto es aquel que en cuanto huele flores, busca un ataúd a su alrededor).