Es evidente que nuestro país está sufriendo un deterioro dramático, y por eso existe mucha preocupación en la ciudadanía por los problemas de gobierno, sin embargo, continuamos con la misma actitud de apostarle a cada evento electoral para ver si el que viene puede arreglar este anarquismo y desmadre, que es en lo que se ha convertido nuestra nación. Nos quejamos y murmuramos entre nosotros mismos por la violencia, las mafias enquistadas en el poder del Estado, por la corrupción, el desempleo, el crimen organizado y otras lacras que como jinetes del Apocalipsis amenazan nuestra paz y tranquilidad. Hace pocos días nos conmocionamos al enterarnos de la manera en que fueron acribillados dos estudiantes adolescentes en la puerta de su colegio, Liceo Javier; nos asombró también el asesinato de los parlamentarios salvadoreños en su infortunada visita a nuestro país, y más aún, la posterior ejecución de sus victimarios dentro de instalaciones de gobierno, cuatro elementos de las fuerzas del «orden» de la Policía Nacional Civil.
El problema de la ingobernabilidad nos hace daño a todos, pero solo proyectamos la imagen de una sociedad donde los ciudadanos nos limitamos a las quejas y al señalamiento, no hacemos nada y lo peor, nos estamos acostumbrando a vivir entre esta inmundicia. Lo más triste es que continuamos con esa actitud de esperar que otro u otros resuelvan nuestros problemas, somos reacios a participar, a organizarnos como ciudadanos y ejercer la inducción al cambio, al cambio de un sistema que ya nos ha demostrado hasta la saciedad su infuncionalidad.
Ya es tiempo de comprender que la ciudadanía no se agota con el simple ejercicio del sufragio. No es suficiente con visitar las urnas electorales el día de las elecciones y depositar nuestro voto por uno u otro candidato. Esta naturaleza humana si bien implica derechos, también nos da obligaciones que van más allá de su ejercicio en los períodos electorales. La ciudadanía es también una constante responsabilidad con el bien común y con nuestros hijos, exige conciencia crítica pero también participación frente al acontecer público. En mi opinión, ante un Estado fallido como el actual, no cabe duda que los guatemaltecos ya no podemos darnos el lujo de ajenarnos de los aspectos políticos del país. La participación ciudadana debe ir más allá de la simple y llana emisión del voto, este tipo de democracia no funciona, resulta inoperante y solo da como resultado una sociedad pasiva. Debemos establecer una participación ciudadana basada en el diálogo de iguales entre funcionarios y sociedad, y no seguir fomentando una participación maniatada a los partidos políticos, ni una participación limitada a los procesos electorales, esa que solo es considerada cada cuatro años y por esa razón es que como súbditos y no ciudadanos, solo tenemos la obligación de obedecer, y por eso mismo aguantar todos los desmanes e ineptitud de los funcionarios de turno. La discordancia entre el Estado y la sociedad solo puede ser superada por el diálogo y la búsqueda de grandes consensos sociales, consensos que nos lleven al diseño de políticas y estrategias de largo plazo que trasciendan la duración de los gobiernos y que puedan sacarnos del laberinto en que hoy nos encontramos.