El serpentario


Soy hombre del 2 de agosto, de lo cual me siento profundamente orgulloso. No sabí­a de polí­tica, ni de ideologí­as. Solamente sabí­a que nuestra Patria era invadida por fuerzas extranjeras. Por el sentido de dignidad, honor, de respeto a la tierra que nos vio nacer y el respeto a nuestro derecho inalienable a escoger nuestro destino, por eso fue la batalla del 2 de agosto. Fue la razón de que jovencitos, algunos muy jovencitos, decidieran ofrecer su propia vida para hacerlo posible. Cincuenta y tres años han pasado y la misma lucha se ha ido expresando en la forma de un rechazo permanente a cualquier intervención. Un irresistible deseo de ser parte de un paí­s soberano que batalle y defienda su derecho a escribir su propia historia.

Carlos E. Wer

Ese perí­odo ha sido signado por el más abyecto y rampante entreguismo. El tiempo transcurre, y en esa misma medida se multiplica el servilismo. No hay limitaciones para medir sus alcances. Desde el «reyecito» de esta parcela americana, bueno para alfombra, pasando por el representante de los intereses mineros del mafioso George Soros, vestido de «oveja de izquierda», acompañado por otro transmigrante del oportunismo, quien con apellido francés se desvive por quedar bien con los que representan al imperio..

La lista de serviles es interminable y vergonzosa. Baste ver las actitudes de nuestros candidatos a presidente, quienes corren al Departamento de Estado a ofrecerse como prostitutas, a cumplir con los deseos del imperio, no importa si esos deseos representen la agudización de la miseria en nuestro pueblo. Y qué decir de los «padrotes de la Patria», reunidos en ese chiquero que le llaman Congreso. Que, además, de esa no muy honrosa posición adoptada ante los intereses extraños, son frecuentemente calificados por sus actividades ilí­citas y delincuenciales. Allí­ en ese serpentario, se pueden localizar a las especies más rastreras, a la par que venenosas.

Y viene al caso, porque bastó el enojo de los «patrones» por la no aprobación de la CICIG, para que uniformada y obedientemente, no solamente se rasgaran las vestiduras, sino se apresuraran a asegurarles que, aparte del arrepentimiento, obedecerí­an sus instrucciones.

Rechazo y rechazaré, mientras tenga vida, todo tipo de intromisiones en los asuntos que nos competen a los guatemaltecos. Sé de la podredumbre, que como cáncer corroe nuestras instituciones. Entiendo y coincido en que los niveles de impunidad a que ha llegado el paí­s son inaceptables, pero me asqueo ante la cobardí­a de quienes, habiendo sido utilizados, no tienen el valor de señalar al hechor intelectual de los crí­menes que se cometieron contra nuestro pueblo. Porque me enferma la actitud de los payasos gobernantes, quienes señalan la impunidad que ellos mismos provocan y protegen, al darle paso a toda clase de violaciones a nuestras leyes. No comparto la idea de que la globalización hace necesaria la cesión parcial de la soberaní­a. Comparto el pensamiento de un gigantesco luchador estadounidense Lyndon LaRouche, quien con una inmensa capacidad intelectual opone su ciencia al fascismo que se ha apoderado de su paí­s, proponiendo desde hace más de 20 años las alianzas nacionales que hoy impulsan Chávez, Kirchner, Evo y Correa. Una alianza en la que se respete el Estado soberano.

Es vergonzoso el papel que juegan quienes teniendo la responsabilidad de construir una nación, han ido, uno tras otro con sus corruptelas, ahondando las condiciones apropiadas para permitir el saqueo sistematizado de nuestras riquezas y con ellas la cada vez más pronunciada dependencia. Las amenazas, que vienen del Norte, deberán irse eliminando en la misma medida en que las polí­ticas nacionales vuelvan a privilegiar al ser humano sobre las necesidades del mercado. En el rescate social del gobierno y abandono del entreguismo nacido con la invasión.