El sentido sonoro de Richard Strauss


celso

Este sábado finalizamos con la música de Richard Strauss, extraordinario compositor del cual hemos venido comentando su obra y su vida; y como homenaje a Casiopea la inextinguible y sideral amapolita de trigo en campos de luceros.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela.

 


Continuando con sus  extraordinarios poemas sinfónicos, diremos que es especialmente en los asuntos que parece imperar el capricho, una fantasí­a desordenada, enemiga de toda lógica. ¿No ambicionan esos poemas, como ya hemos visto, expresar alternativa y aun simultáneamente textos literarios, imágenes, anécdotas, ideas filosóficas, sentimientos personales del autor? ¿Qué unidad puede esperarse del relato de las aventuras de Don Quijote o de Till Eulenspiegiel?  Y, no obstante, esa unidad existe, no en los asuntos, sino en el espí­ritu que los trata. Lo que salva a esas obras sinfónicas  descriptivas es que junto a su vida literaria, muy difusa, alientan una vida musical más lógica y más concentrada. El músico tiene a rienda corta los caprichos del poeta. El extravagante Till retoza “según la antigua forma del rondó”, y la locura de Don Quijote se expresa en “diez variaciones, con introducción y final, sobre un tema caballeresco”.  El arte de Richard Strauss, uno de los más literarios y descriptivos que se conozcan, se distingue profundamente de los demás del mismo género por la solidez de la trama musical: allí­ se ve al músico de pura cepa, impregnado de los grandes maestros y clásico a pesar de todo.

De tal modo, en toda esta música hallamos una sólida unidad que se impone a elementos desordenados, a menudo dispares. Es el reflejo, a nuestro entender, del alma del compositor. La unidad no está en lo que siente sino en lo que quiere. En él la emoción resulta mucho menos interesante que la voluntad, y sobre todo mucho más intensa, a menudo hasta peca por falta de personalidad. Su inquietud es a veces la de Schumann, su sentimiento religioso el de Mendelssohn, su voluptuosidad la de Gounod o la de los maestros italianos, su pasión la de Wagner. Pero su voluntad es heroica, dominadora, apasionada y potente hasta lo sublime. En esto reside la grandeza de Strauss, sin par en la música posterior. Se siente en él la fuerza que domina a los hombres.

Son estos aspectos heroicos los que lo hacen heredero de una parte del pensamiento de Beethoven y de Wagner. A esos aspectos debe su condición de poeta –el más grande quizá– de la Alemania del siglo XX, que se reconoce en él, como en su Héroe.

Contemplemos a este héroe:

Es un idealista que abriga una fe sin lí­mites en el poder soberano del espí­ritu y del arte liberador. Su idealismo es primero religioso en Muerte y Transfiguración, pleno de ilusiones juveniles en Guntram, tierno y compasivo como una mujer. La bajeza del mundo y de los obstáculos que encuentra en su camino lo indignan e irritan luego. El desprecio aumenta, se hace sarcástico (Till Eulenspiegiel); los años de lucha lo exasperan y, cada vez más áspero se desarrolla el heroí­smo despectivo. ¡Cómo castiga y satiriza su risa en Zarathustra! ¡Cómo pulveriza y hiere su voluntad en Una vida de Héroe!  La victoria le ha dado conciencia de su fuerza; ahora, su orgullo no tiene lí­mites; se exalta; como el pueblo del cual es reflejo, no distingue ya la realidad de su sueño desmesurado.
          
Hay gérmenes morbosos en la Alemania contemporánea; una locura de orgullo, de sobreestimación, y de desprecio por los demás, que recuerdan a la Francia del siglo XVII. “El mundo pertenece a los alemanes” (Dem Deutschen gehort die Welt), dicen tranquilamente los grabados exhibidos en las vidrieras de Berlí­n. Todo genio delira, si se quiere, pero el delirio de un Beethoven se concentra en sí­ mismo, y crea para su propia satisfacción. El de muchos artistas alemanes contemporáneos es agresivo, tiene un carácter de antagonismo destructor. El idealista a quien “pertenece el mundo” es fácilmente presa del vértigo. Estaba hecho para reinar sobre su mundo interior. El torbellino de las imágenes exteriores que está llamado a gobernar, lo enloquece. Termina por divagar como un César. Apenas llegada al imperio del mundo, Alemania halló la voz de Nietzsche y de sus artistas alucinados del “Deutsche Theater” y de la Secesión. A todo ello se suma la grandiosa música de Richard Strauss.

¿A dónde van todos esos furores? ¿A qué aspira ese heroí­smo? Esa voluntad áspera y tensa, no bien alcanza su meta –y a veces antes desfallece–. No sabe qué hacer con su victoria. La desdeña, no cree más en ella o se hastí­a de ella.

Como el vencedor de Miguel íngel, ha posado su rodilla sobre la espalda del cautivo; parece pronta a acabar con él. Bruscamente se detiene, vacila, mira a otro lado con ojos distraí­dos, vacilantes, la boca en un gesto de asco, presa de lúgubre fastidio.
          
Las notas anteriores las basamos en los escritos del propio Richard Strauss, y en los estudios de Kurth Palhen y Adolfo Salazar, así­ como en el extraordinario ensayo de Romand Rolland sobre la música de este intenso compositor, uno de nuestros favoritos.