El sentido religioso de la música medieval española


celso

Como lo indicábamos en la columna anterior, la música medieval en la península ibérica la constituye una gama de herencias musicales de muchos pueblos que habitaron la región cantábrica. Conquistado el Nuevo Mundo y reinando Felipe II, su afición por música religiosa era tan grande que su habitación cotidiana la hizo construir al lado del altar mayor del Escorial. Y desde donde podía escuchar las libres voces de los frailes jerónimos interpretando la música sacra desde los grandes cantorales colocados en el facistol en medio del Altar Mayor.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela


Música sublime única en el mundo llenó el corazón del rey en cuyos dominios jamás se ponía el sol y es tan elocuente como la tersura del sonido de Casiopea dorada, palabra dulce, constelado pétalo, párpado de luna y duplicado firmemente, tierna y amorosa como una canción de trovador élfico, en clavicordio de gnomo dorado.  Se cuenta que fue grande su gozo cuando tuvo ante sí esa biblioteca, que serviría a los hombres en la tierra para emular los conceptos angélicos del cielo.  Por la mirilla de su humilde y silenciosa cámara vería el altar del sacrificio y llegarían hasta sus oídos, día y noche, las voces viriles de sus frailes jerónimos.

La verdadera clave de estos cantos, aun suponiendo que se ha resuelto de antemano el problema paleográfico, reside en su profunda significación religiosa.  Sin una catequesis de los siete misterios que van desde la Encarnación de Jesucristo hasta su Ascensión, el hombre solo percibiría la materialidad de la letra y el sonido.   Los cantos antiguos carecerían de vibración para mover y conmover el alma de los fieles, función primera y esencial de toda música litúrgica.
   
 El hombre medieval, a quien iban destinados aquellos cantos, poseía una fe inquebrantable que condicionaba todos los actos de su vivir cotidiano.  No sin razón se han llamado siglos de fe a los siglos del medioevo, pese a los muchos defectos de esa época de transición y larga crisis provocada por importantes acontecimientos históricos y culturales, como la caída del Imperio Romano, la invasión de los bárbaros y el espléndido arranque del Renacimiento.  Todo su vivir lo miraban a través del prisma trinitario.  A la misma guerra, con su sangre y sus ruinas, la llamaban en España Guerra divina.  La bandera era la Santa Cruz, el mismo lábaro constantiniano aparecido en las nubes, en el que las huestes imperiales leían in hoc est signus vinces:  “con este signo vencerás”.
   
 Así pues, la religiosidad de aquellos cristianos españoles no era estática, con los ojos clavados en el cielo, descuidando las prosaicas realidades de la tierra.  Era, si, upward, vertical, providencialista, mas también forward, de sentido práctico y horizontal.  Para ellos, el vivir era combatir, dura milicia y brega constante.
   
 Un rito es la forma que tiene un pueblo de tributar su culto religioso, uno de cuyos elementos integrantes es el canto litúrgico.    Mirando a España, hallamos en su amplio solar muchos cultos, que fueron barridos por el del Lacio, así como los dioses cedieron su puesto al altar de la cruz en la Hispania romana, antes en la época anterior a la paz constantiniana, coincidente con el Concilio de Nicea (a. 325), la liturgia en España es la romana, traída por los misioneros diputados por San Pedro para su evangelización inicial.  Pero las distancias y la dificultad de comunicaciones originan una diversificación litúrgica, volviendo cada vez más autóctono el rito peninsular, hasta entonces apenas distinguible del romano. Demuéstralo el “Oracional de Verona”, primer misal hispánico conocido, en el cuál se  haya  formulas musicales breves originales.