Muchos historiadores y analistas políticos están de acuerdo en que el doctor Juan José Arévalo Bermejo fue el mejor Presidente de Guatemala (1945-1951) durante el siglo pasado.
Pero también coinciden en que el coronel Jacobo Arbenz Guzmán (1951-1954) tuvo el honroso mérito de haber sido el gobernante más nacionalista y pionero de la lucha antiimperialista en el continente americano.
El próximo domingo 27 de junio se cumplirán 56 años de la renuncia de Arbenz a consecuencia de la intervención armada, mediante mercenarios, organizada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos y con el auspicio de la United Fruit Company.
Este suceso marcó el inicio de una de las etapas de mayor tragedia nacional, pues fue en esa fecha cuando empezó el secuestro de la democracia que el pueblo de este pequeño país centroamericano estaba construyendo paso a paso luego del triunfo de la Revolución del 20 de Octubre de 1944.
La etapa de los dos gobiernos revolucionarios, el de Arévalo y el de Arbenz, es la que el connotado escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón bautizó con la expresión de «Los diez años de primavera en el país de la eterna tiranía».
El período de 56 años desde el derrocamiento del régimen del presidente Arbenz hasta el día de hoy, ha sido para Guatemala uno de los tiempos más oscuros de su historia.
Según el informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, CEH, la etapa del conflicto armado interno que sobrevino a la intervención estadounidense, dejó un saldo aterrador de más de 200 mil personas muertas y desaparecidas, así como centenares de viudas y niños huérfanos. Fue una prolongada guerra sucia con masacres en los pueblos indígenas, la actuación de los Escuadrones de la Muerte y miles de exilados.
La violencia de hoy no es más que una prolongación de la violencia de ayer. El país sigue desgarrado y sumergido en un profundo abismo de incertidumbre e impunidad como resultado del secuestro de la democracia que se estaba edificando en 1954. Al final, el poder real continúa en las manos de los mismos sectores que truncaron el desarrollo nacional por la vía del capitalismo independiente que era la que promovía el coronel Jacobo Arbenz Guzmán.
Tal como escribió Alfredo Guerra-Borges en el prólogo del libro «Paz Tejada, militar y revolucionario», del brillante Sociólogo guatemalteco Carlos Figueroa Ibarra, «en la Roma Imperial se garantizaba la paz social dando al pueblo «pan y circo». Los tiempos modernos han sustituido el coliseo con las urnas para que el pueblo sublimice una insatisfacción en el circo de las elecciones. Una y otra vez la esperanza ingenua. Una y otra vez la amarga frustración».