A 90 años del primer libro de la uruguaya Juana de Ibarbourou (1892-1979), a 80 de su coronación como «Juana de América» y a 30 de su muerte, se abrió ayer en Montevideo una muestra en honor a una mujer cuya poesía, según la chilena Gabriela Mistral, encierra «el misterio de lo luminoso».
«Escándalo en la luz» se titula la exhibición del Centro Cultural de España en Montevideo, que cuenta con la curaduría de Jorge Arbeleche y Andrés Echevarría, ambos asesores de la Biblioteca Nacional.
Arbeleche, también poeta, quien supo cultivar una estrecha relación con Juana de Ibarbourou, la definió como «valiente, avanzada, transgresora y rebelde (…) por eso la palabra escándalo como nombre de la muestra».
«Escándalo en la luz, porque la luz está siempre, aún en la zona de la penumbra, y el escándalo, por (…) la transgresión», agregó.
En el prólogo del catálogo de la muestra, Arbeleche indica que la rebeldía en la poesía de Juana «es un trazo donde siempre brilla una luz: la de la libertad».
Es «una mujer que en 1919, cuando editó (su primer libro) «Las Lenguas de Diamante», vive el amor con libertad, con total energía, sin sentimiento de pecado, sin sentimiento de culpa», señaló Arbeleche. «En su plena madurez», a los 60 años, tuvo «un romance con un hombre 20 años menor» y casado, añadió.
Antes de Juana, «en la poesía femenina, la sexualidad estaba siempre unida a la oscuridad, a la culpa», explicó por su parte Echevarría. Pero con ella «aparece una sexualidad sin culpa, sin sentimiento de pecado», pese a haber sido profundamente cristiana, agregó.
La muestra reúne manuscritos, primeras ediciones de muchos de sus libros, fotos y una serie de objetos que pertenecieron a esta poetisa dueña de una belleza superlativa y que tuvo -según su única biografía, «Al encuentro de la tres Marías», del periodista Diego Fischer- una vida dura que incluyó la violencia doméstica y la adicción a la morfina.
Juana envió «Las lenguas de diamante», que tiene una gran carga erótica, a Miguel de Unamuno, por entonces rector de la Universidad de Salamanca, junto a una carta y ejemplares para que entregara a Antonio Machado y a Juan Ramón Jiménez, quienes quedaron «rendidos a sus pies», como revelan sus cartas, por «su talento, por la audacia de sus poemas», dijo Fischer.
El ascenso de Juana fue tan vertiginoso que apenas diez años después de esa edición era coronada «Juana de América» en el Palacio Legislativo, el 10 de agosto de 1929, idea que fue rubricada por figuras del continente como el mexicano Alfonso Reyes, el colombiano José Vargas Vilas, los peruanos Ventura García y José Santos Chocano, quien desde hacía años ya la llamaba Juana de América en sus artículos periodísticos.
Sin embargo, tanto Arbeleche como Echevarría perciben que la poesía de Juana de Ibarbourou «no ha sido leída en su plenitud» y se conoce «poca parte de su obra», por lo que aspiran a que la exhibición lleve «a una reedición y una lectura de una de las poetisas y escritoras, con su prosa también, no sólo de las más encumbradas de Uruguay sino también de América».
«La mejor definición de Juana la dio (el poeta mexicano, 1889-1959) Alfonso Reyes, aquel 10 de agosto de 1929, cuando dijo: «Juana donde se dice mujer, Juana donde se dice poesía». Esas dos facetas están permanentemente presentes en su literatura», señaló Echevarría.
Para Arbeleche, «la que la definió muy bien fue (la poetisa chilena y Premio Nobel de Literatura 1954) Gabriela Mistral, que dice, hablando de su poesía: «el misterio de Juana es el peor de todos: no es el misterio de lo sombrío sino el misterio de lo luminoso», que es el más difícil».
Es que «aún en sus versos más sombríos, Juana mantiene la luz como meta (…) un sufrimiento en búsqueda de la luz», agregó sobre la poetisa que murió recluida en su casa y alejada del mundo el 15 de julio de 1979.
Bajo la luna llena, que es una oblea de cobre,
Vagamos taciturnos en un éxtasis vago,
Como sombras delgadas que se deslizan sobre
Las arenas de bronce de la orilla del lago.
Silencio en nuestros labios una rosa ha florido.
¡Oh, si a mi amante vencen tentaciones de hablar!,
La corola, deshecha, como un pájaro herido,
Caerá rompiendo el suave misterio sublunar.
¡Oh dioses, que no hable! ¡Con la venda más fuerte
Que tengáis en las manos, su acento sofocad!
¡Y si es preciso, el manto de piedra de la muerte
Para formar la venda de su boca, rasgad!
Yo no quiero que hable. Yo no quiero que hable.
Sobre el silencio éste, ¡qué ofensa la palabra!
¡Oh lengua de ceniza! Oh ¡lengua miserable.
No intentes que ahora el sello de mis labios te abra!
Bajo la luna-cobre, taciturnos amantes,
Con los ojos gimamos, con los ojos hablemos.
Serán nuestras pupilas dos lenguas de diamantes
Movidas por la magia de diálogos supremos.