El Santo Cristo de Esquipulas


Mario Gilberto González R.

La devoción al Santo Cristo de Esquipulas es muy antigua. La imagen nació en las entrañas de la ciudad de Santiago de Guatemala. En el taller (1) de imaginerí­a de Quirio Cataño situado sobre la Calle de la Amargura inmediato al Puente del Calvario. De ese taller también salieron las bellas imágenes del Santo Cristo del Perdón de Catedral y el Santo Cristo de la Agoní­a de la Escuela de Cristo.


Desde que llegó a Santiago de Esquipulas nació su fama de milagrosa con el florecimiento del algodón para poder pagar su hechura. Una curación al arzobispo Pedro Pardo de Figueroa hizo surgir el monumental templo hoy basí­lica. Pepe Milla inicia su novela Los Nazarenos con el milagro de la cadena de oro que dio tanto que hablar y los romeros se encargaron de divulgar los milagros que presenciaron y que en ex-votos se conservan en el templo. Así­ se fue extendiendo su devoción desde Oaxaca hasta Panamá y se mantiene hasta nuestros dí­as.

Santiago de Guatemala -su cuna- quiso conservarla con una réplica que colocó en la iglesia del Carmen y en la misma iglesia de la ciudad capital la imagen sigue devocionalmente.

En las casas antigí¼eñas no faltaba el cuadro de la Imagen del Señor de Esquipulas y otras familias lo tení­an en bulto en un camerí­n especial.

Con antelación doña Chon y don Policarpio Márquez -vecinos de las Pilitas- preparaban la venta de estampas enmarcadas en hojalata, rosarios, cordones y gusanitos de lana con medallitas que en grandes fardos llevaban a Esquipulas donde levantan una chinama con soporte de madera y cubierta de láminas con un mostrador. Al volver se preparaban para la Romerí­a del Cristo Yacente de San Felipe Apóstol. Doña Trinis era Elvirita y Adelita Márquez -sobrinas- eran sus grandes ayudantas que durante todo el año, teñí­an de morado los cordones y tejí­an gusanitos de lana para adornar las medallitas. Lo hací­an con una habilidad asombrosa.

Durante todo el mes de diciembre era tradición ver pasar por las calles de Antigua, a familias completas y vecinos de diversos pueblos y aldeas de Chimaltenango que en grupo organizaban su romerí­a a pie -ida y vuelta- a Esquipulas. Eran grupos de quince, veinte o treinta y a veces más. Cada grupo vestí­a su traje regional. Para subsistir daban a besar cuadros con la imagen del Santo Cristo de Esquipulas y otros vendí­an ramas de manzanilla, pericón y medicinas caseras. Por cierto muy apetecidas por los vecinos de Antigua Guatemala por sus propiedades curativas.

Se anunciaban con el toque de tambor. Toton ton…toton ton…y una chirimilla que poní­a la nota melancólica a su lento caminar. Entraban por la Calle Ancha de los Herreros, Seguí­an por la 6a av. norte para pasar frente a la Merced. Tomaban la Calle del Arco y doblaban en la Calle de la Concepción rumbo al camino de tierra que conducí­a a la Capital. Otros pasaban al Mercado Municipal a abastecerse de alimentos. Eran largas las jornadas de cada dí­a. Dormí­an donde les sorprendiera la noche. En sus cacaxtles llevaban amarrados los ponchos y los petates. Dentro bien envuelto el bastimento que consistí­a en frijoles negros volteados, longanizas, chorizos, cecina que duraba varios dí­as, pishtones, café, rapadura, totoposte y chile. También jarrillas de hojalata y parrillas de hierro. Donde acampaban, encendí­an el fogón y calentaban sus alimentos y como siempre les acompañaba su perro, era el vigilante fiel si alguien intentaba hacerles daño. Volví­an en la misma forma que pasaban la primera vez, en grupos a diferentes horas del dí­a al son de su tambor y chirimilla. Volví­an santificados y transmití­an paz espiritual. Sus caras reflejaban una alegrí­a especial y la expresaban con sus sombreros adornados de cordones de varios colores y colgando las tradicionales chichitas sí­mbolo de la romerí­a. Vendí­an pashte, morros y chicos y con ese dinero subsistí­an hasta llegar a su pueblo o aldea.

Los antigí¼eños por su parte, también desde los primeros dí­as de diciembre apartaban su pasaje en la camioneta que manejaba Exequiel Porras. Persona que gozaba de mucha confianza por su seriedad y prudencia al manejar. Salí­an de Antigua Guatemala en la madrugada. Su ropa y alimentos los llevaban en petacas. Se les despedí­a con alabados y oraciones. Al volver, también lucí­an el sombrerito adornado con chichitas de color amarillo y el pecho cruzado con rosarios de dulces de colación. Traí­an regalos para familiares y amigos consistentes en cuadros enmarcados en hojalata del Santo Cristo de Esquipulas, bendecidos en una ceremonia especial, medallas, rosarios, resguardos, la magnifica y una variedad de dulces encurtidos y de colación.

Se les recibí­a con incienso y quema de bombas. Entraban directamente al altar donde estaba la Imagen del Señor de Esquipulas y las rezadoras ya preparadas daban término al novenario. Los acordes del armonio, violines contrabajo y flautas amenizaban el Rosario y a intervalos que quemaban bombas. Se repartí­an los recuerditos consistentes en estampitas, rosarios y dulces. Después se serví­an tamales, ponche caliente, traguitos de aguardiente o café y se danzaba hasta el amanecer a los acordes de una marimba. Los romeristas contaban emocionados sus vivencias del viaje y el sacrificio de varios de ellos de ir de rodillas desde la iglesia vieja hasta el templo mayor. Se les escuchaba con asombro porque entonces era un privilegio ir a la romerí­a del Santo Cristo de Esquipulas. Esos relatos populares le daban más encanto a la visita, contagiaban y eran tema de conversación por varios dí­as entre los vecinos.

Tema especial era el baile que hací­an al rededor de dos piedras a mitad del camino. Una encima de la otra. La tradición era recordar a los dos compadres que faltaron a sus deberes morales y en castigo se convirtieron en piedras. Advertencia de que el viaje a Esquipulas debí­a de hacerse con respeto y devoción. De esos hechos y relatos se fueron formando ricas tradiciones en torno a la venerada imagen del Santo Cristo de Esquipulas.

El camino de tierra estaba sembrado de cruces con leyendas admonitorias y que iban preparando espiritualmente al romerista, indicándole que iba a tierra sagrada.

Los romeristas entraban al templo cantando este anejo y popular alabado:

«Bella imagen, milagrosa

de Esquipulas Redentor…»

y se despedí­an, con gran sentimiento sin dar la espalda cantando:

«Adiós, Cristo milagroso

mi Jesús Crucificado;

adiós, Señor de Esquipulas

adiós, corona sagrada…»

Y la promesa era volver al año entrante. ( 1) La casa de Quirio Cataño era de teja de un agua. De artesonado resistente porque soportó las inclemencias del tiempo. Aun en la década del 50 mostraba pocos daños. Al frente tení­a dos ventanas con balcones torneados de madera. Otro al costado y la puerta. En la medida que el puente del Calvario subí­a de nivel la casa fue quedando soterrada. Ninguna institución que debí­a de velar por el cuidado y mantenimiento de esa joya se ocupó de salvarla. El paso del tiempo y el abandono, la destruyó. Es doloroso decirlo, pero nada es extraño.