El sabor del criollismo


Ren-Arturo-Villegas-Lara

En este reconfortante feriado de Semana Santa, he dedicado unas horas a una tarea que uno no debiera tener si fuera ordenado: ordenar los libros y las revistas. Con respecto a estas últimas, que incluyen la revistas En Guardia, para las noticias de la Segunda Guerra Mundial, Revista de Guatemala y Revista del Maestro, de la época de la Revolución de Octubre, Visión, Life, La Hora Dominical y algunos ejemplares de Crónica, ahora resucitada.

René Arturo Villegas Lara


Pues bien, en un ejemplar de la Revista del Maestro, aparece la sección literaria dedicada a reproducir cuentos que siguen la línea del criollismo, es decir literatura de lo rural, como la que escriben los cuenteros y cuentistas de Zacapa, agrupados en una asociación de escritores de oriente. Y entonces encontré preciosos cuentos, como El Novillo Careto, La Piegra Imán, El Tamagás y otros más del mismo sabor, producto de la pluma de Zea Ruano, de Balsells Rivera, de Leonidas Acevedo, de Samayoa Chinchilla. Hay en estos cuentos un olor a tierra mojada por el primer aguacero, que el viento se encarga de traer y llevar, al mismo tiempo que se lleva los sombreros de petate.
  
Como parte de este ocio, tengo a la mano el libro de Tito Monterroso, La Letra e, “ un auténtico manual de vida y literatura”, que fue acumulando en páginas breves y maravillosas. Una de esas páginas está dedicada a Juan Rulfo y me interesó por su relación con el título de esta Prosa Mundana. Y es que es muy sabida la estimación despectiva que ha existido por la producción literaria de lo rural  o en el mejor de los casos, creer que ya pasó de moda. Claro que no se comete el despropósito de negarle su valor a la novela o el cuento que se ubica lejos del área urbana,  aunque también es cierto que a veces se le ve como algo fuera de época. ¿Qué significa Salarrué para la literatura salvadoreña? Monterroso incluye un cuento de este magnífico criollista guanaco, en su “Antología del Cuento Triste”: el cuento se llama “Semos Malos”. Y refiriéndose a Rulfo, Monterroso reivindica el lugar que debe dársele a ese estilo de escribir sobre temas lejanos a los centros urbanos. Rulfo sólo escribió una  serie de cuentos, El Llano en Llamas, y una novela, Pedro Páramo. Además, un guión cinematográfico, El Gallo de Oro, que cuenta la historia de un pobre mexicano que anda de feria en feria jugando su gallo para sobrevivir. La esperanza en un gallo, como la esperanza de “El Coronel no tiene quién le escriba” de García Márquez. Esas tres obras bastaron para hacer de Rulfo uno de los grandes de la literatura universal, traducido hasta en idioma vietnamita.  ¿En dónde está el valor de Rulfo para la  defensa del criollismo? Dice Monterroso: “…una de sus grandes hazañas consiste en haber demostrado hace 25 años que en México todavía se podía escribir sobre los campesinos. Entonces se pensaba con razón que éste era un tema demasiado exprimido y, al mismo tiempo, que el objetivo del escritor debía ser la ciudad y sus problemas. O Joyce o nada. O Kafka o nada. O Borges o nada. Cuando todo estábamos efectivamente a punto de olvidar que la literatura no se hace con asfalto o con terrones sino con seres humanos, Rulfo resistió la tentación del rascacielos y se puso tercamente…a escribir sobre fantasmas del campo…En ese tiempo se creyó que Rulfo era realista cuando en realidad era fantástico. En un momento dado Kafka y Rulfo se estrechaban la mano sin que nosotros, perdidos en otros laberintos, nos diéramos cuenta. Ni nosotros ni nuestra buena crítica. Pero los fantasmas de Juan Rulfo están vivos siendo fantasmas y, algo más asombroso aún, sus hombres están vivos siendo hombres…”
   
Así, apreciados cuenteros y cuentistas de oriente, se puede seguir cultivando esa realidad rural, como algo real y maravilloso que existe  en el hombre que se muere tocando violineta o el que toca guitarra para que lluevan peces cuando la luna hace llena.