El «rostro maya» del actual gobierno, los errores de los letrados y el paternalismo ladino


El lunes 3 de marzo Prensa Libre publicó un artí­culo titulado «Rostro maya» aún no se hace realidad,» por César León. En el mismo, se recordaba que el presidente ílvaro Colom dijo durante la campaña presidencial que su gobierno tendrí­a «rostro maya.» Sin embargo, a la hora de integrar su Gabinete, fue objeto de crí­ticas por la escasí­sima inclusión de mayas al mismo. El artí­culo continúa indicando que de 51 ministros y vice-ministros, sólo tres son indí­genas. Si bien 5 de los 22 designados a gobernadores lo son, no hay ningún embajador indí­gena, según lo señala el mismo artí­culo. Como única respuesta a este problema se indica en la misma columna que «frente a las crí­ticas, Colom ha dicho que no es tan importante la cantidad de indí­genas en su gabinete, porque se ha propuesto que su gestión sea cercana a los pueblos mayas, y que entre sus colaboradores «no hay racistas» «.

Arturo Arias

Con anterioridad a la lectura de este artí­culo, ya me habí­a dado cuenta del desencanto con el nuevo gobierno acerca del problema de la ausencia de un «rostro maya.» Pero la explicación de Colom se me hizo risible por caduca. Data de hace 40 años, cuando los blancos estadounidenses les pedí­an a los negros que tuvieran «paciencia,» que ellos librarí­an la batalla contra el racismo por ellos. Asimismo, el comentario citado evidenciaba un desconocimiento que ha sido ampliamente discutido en el mundo entero. Con su respuesta quedó en videncia o bien como ignorante, o bien como neo-ladinista.

Sus palabras no dejan de evocarme la crí­tica que los intelectuales mayas realizaron en los años noventa a la obra de Miguel íngel Asturias. Al respecto, existen muchos posicionamientos. Basta recordar aquí­ que Asturias se le acusó de homogenizar la experiencia guatemalteca. El resultado último fue que a pesar de sus esfuerzos estilí­sticos, fue percibido como culpable de subsumir la mayanidad a un papel subalterno (es decir, inferior al ladino), mientras esta cultura le proveí­a í­conos o sí­mbolos para su concepción occidentalista de nacionalidad. Según crí­ticos, en sus mejores obras las voces mayas subalternizadas se expresan exclusivamente por medio de, o bien a través de, la mediación del letrado mestizo (entendiendo aquí­ el concepto de «letrado» en el sentido que le dio el crí­tico uruguayo íngel Rama, y que ha sido problematizado extensamente en todo el hemisferio). Dado que el agenciamiento, es decir, la adquisición de poder como mecanismo de gestión, implica que los mayas puedan controlar sus propios enunciados (lo que dicen), quedó evidente que la actitud de Asturias le impidió ganar poder a los mayas, pues quien hablaba era él y no ellos. En sus obras, Asturias nombra la comunidad maya, habla por ella, y también habla en defensa de ella. Pero nunca habla con ella. Y la comunidad tampoco habla. En este sentido, Hombres de maí­z ilustra los lí­mites de la representación de la subalternidad maya desde una perspectiva ladina cuando suprime los enunciados de estos últimos. El resentimiento de los intelectuales mayas al legado de Asturias ilustra las emociones en juego en la elaboración de polí­ticas comunitarias. Los académicos ladinos podemos perdonarlo porque él escribió en los 1940s, cuando esta reflexión aun no existí­a. Pero no podemos ignorar el meollo del problema.

Si consideramos Hombres de maí­z (1949) de manera emblemática como el máximo de conciencia posible a lo cual puede aspirar un letrado ladino al sumergirse en parámetros modernizadores, podemos apreciar claramente la dificultad de representar una heterogeneidad compleja. Tampoco debemos olvidar que Asturias, defendió la representatividad de lo indí­gena ante Vargas Llosa en sus debates de los sesentas, y convirtió esa experiencia en afirmación de su compromiso con la cultura maya, apoyando a su hijo Rodrigo en la creación de una organización guerrillera, ORPA, que combatiera por los derechos indí­genas. No puede ser sino trágico el que, después de su muerte, sus limitaciones -producto de su tiempo y consecuencia de su identidad étnica y no de una mala voluntad- surgieran a la vista.

La problemática vivida por Asturias, y hoy emblematizada por las palabras del presidente Colom, la explicó hace ya más de 15 años el académico John Beverley de la Universidad de Pittsburgh. En su libro, Contra la literatura (1993), Beverley comienza citando el poema «Alturas de Macchu Picchu» del Canto General de Pablo Neruda. Se refiere explí­citamente a la parte del poema donde Neruda dice «sube a nacer conmigo»:

Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta / A través de toda la tierra juntad todos / los silenciosos labios derramados / y desde el fondo habladme toda esta larga noche, / como si yo estuviera con vosotros anclado, / contadme todo, cadena a cadena*** Acudid a mis venas y a mi boca / Hablad por mis palabras y mi sangre.

Para Beverley, Neruda ofrece un modelo vertical de representación y de relación entre el letrado y los sectores populares. Afirma que Neruda habla como «tribuno del pueblo,» pero no deja que el pueblo mismo hable. Este es tan solo «masas mudas de indios» en la frase de Martí­. Nadie cuestiona las credenciales progresistas de Neruda. Pero Neruda cree que sólo el poeta puede redimir al indio con su propia voz. Esto niega el poder de gestión del indí­gena vivo. Lo que corresponde hacer, según Beverley, y según todos los teóricos del subalternismo de principios de los noventas, es dejar que el indí­gena hable por sí­ mismo. Pero esto implica cederle el espacio, permitirle entrar, al Gabinete en este caso, y escucharlo.

En varios escritos he indicado mis diferencias con Beverley. Sin embargo, en ésta concuerdo con él. Nadie puede hablar por nadie más. Hablar por «los que no tienen voz,» es decir, por los marginados, los subalternizados, los discriminados (en el caso guatemalteco, los mayas) implica usurpar su gestión de poder. Si por lo menos hubiera un solo maya en el actual Gabinete, hablando a diario, volviendo locos a los ministros ladinos, sacándoles canas, imponiendo su posicionamiento a contracorriente, podrí­a decirse que los mayas son escuchados. Pero no lo hay. Ni uno solo. Por eso aquí­ estamos hablando de un problema ético. Un maya habla desde una posición diferente que la de un ladino. Por progresista que éste último sea, de la genialidad de un Neruda o un Asturias, un ladino no puede nunca hablar por un maya, porque no ha padecido en carne propia el racismo, la opresión, o el genocidio de su pueblo. En este sentido sí­ podemos decir que Guatemala ha retrocedido 12 años. Este es el primer gobierno post firma de los acuerdos de paz que no incluye a un solo maya en su gabinete.

El quid del asunto es que los mayas sí­ tienen voz. La tuvo Rigoberta en su candidatura. La lección mí­nima de la misma serí­a la necesidad de una mayor inclusión. Sólo así­ podrí­a decirse que éste es un gobierno verdaderamente social-demócrata, como el del presidente José Luis Rodrí­guez Zapatero en España. Ser social demócrata implicarí­a una re-evaluación de la naturaleza de la autoridad. El presidente español creó desde el inicio un Gabinete que era 50% hombres y 50% mujeres. Incluyó el primer ministro gay y se preocupó de introducir al Gabinete gays y lesbianas. Aprobó el matrimonio gay sin importarle la virulenta oposición de un iglesia reaccionaria. Y reabrió, sin que esto significara necesariamente un beneficio polí­tico para él (aun podrí­a costarle las elecciones del 9 de marzo), las consecuencias éticas y jurí­dicas del silenciamiento de los crí­menes franquistas de la Guerra Civil española. Cuestionó los pactos de la Moncloa, firmados durante la transición española el 25 de octubre de 1977 con el objetivo de estabilizar la transición al sistema democrático, en el cual se acordaba una amnistí­a y el silencio acerca de los crí­menes cometidos por los franquistas en dicho paí­s. Rodrí­guez Zapatero, sin duda el dirigente occidental más progresista del siglo XXI, reconoció que estos acuerdos de 1977 no eran satisfactorios en 2006. Por lo tanto, amparó a las ví­ctimas del fascismo español durante la posguerra.

Uno esperarí­a lo mismo del «primer gobierno socialdemócrata» de Guatemala. Según la lógica formal, favorecimos a ílvaro Colom porque no querí­amos como presidente al ex director de inteligencia militar, responsable intelectual del asesinato de monseñor Juan Gerardi en abril de 1998 (basta leer el libro de Francisco Goldman para confirmarlo). Sin embargo, resulta que la alternativa termina siendo igual. Un viejo paternalismo ladino, en el cual no se incluye representatividad maya de ninguna í­ndole.

Sólo el dí­a en que el presidente Colom deje de jugar ese caduco papel paternalista de quien pretende que puede hablar por los mayas sin tenerlos frente a sí­ en una continua relación dialógica, sólo cuando abandone esa idea de que un individuo del grupo étnico dominante puede hablar por los grupos discriminados, oprimidos y masacrados (sabiendo que no es ni Neruda ni Asturias, y que los indí­genas tampoco pudieron hablar por medio de ellos) y admita que necesita mayas de verdad en su Gabinete, podremos creer que es un presidente social-demócrata. De lo contrario, será más bien como un Konrad Adenauer, el primer ministro democratacristiano de la posguerra alemana que incitó a su pueblo a olvidar el genocidio nazi sobre los judí­os en vez de reconocer su responsabilidad, que como un Rodrí­guez Zapatero, el emblemático dirigente de la social democracia del siglo XXI.

Para ver que tanto tenemos aun que avanzar, el lunes 10 de marzo Irmalicia Velásquez Nimatuj publicó en elPeriódico de Guatemala un artí­culo que también problematiza el «rostro maya» del presidente Colom. Por toda respuesta, un lector que se definió como «mestizo pobre» la tildó de «racista.» No necesitamos mayor prueba de la importancia de una verdadera representatividad maya en el gabinete, ni de los siglos que aun tenemos que avanzar.