El retrete


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En muy pocos sectores de Guatemala se usa el nombre de “retrete”, para designar el lugar en donde se satisfacían y aún se satisfacen necesidades de bajo vientre. El nombre más conocido es el de “escusado”. En la última reunión de maestros normalistas graduados en 1957, salió a colación la función que desempeñaban los maestros de primaria en el área rural y era la de ir a examinar a los alumnos de las escuelas de las fincas; y se contaba que cuando el examinador preguntaba que a dónde se podía “ir afuera”, le señalaban el lugar y le entregaban una vara…

René Arturo Villegas Lara


Alguien introdujo la duda si se escribía “excusado” o “escusado”; pero el maestro Enrique Díaz, que sabe de muchas cosas, aclaró que el término es “escusado”, que equivale a retrete según el Diccionario de la Real. La mera verdad es que eso de retrete no es un decir conocido en el área rural. En mi pueblo, en la década de los años 40, no existían desagües para las aguas negras y gracias a eso uno podía bañarse con seguridad en el río Ixcatuna o en el Urayala, que son nombre xincas, pues las aguas no estaban contaminadas. Y entonces aprendimos a nadar en la poza del Mango, en la de Chorrera, en la de Candeleros o en la del Burro, sin temor a enfermarse por tragar aguas podridas, pues eran puras y cristalinas. Hoy, hasta el río de Los Esclavos va contaminado. Pues bien, con eso de hablar de un tema de tertulia variada, yo les contaba a mis amigos maestros que cuando cursaba el segundo año de primaria, en 1948, una mañana, alguien pasó gritando en la calle que la Nía Güicha se había ido entre el escusado. Como la casa en donde esta persona vivía estaba a la par de la Escuela,  todos los patojos nos salimos del aula, sin permiso de don Pedro Aguilar, el profesor, y nos fuimos corriendo a ver lo que le había pasado a la esposa de don Pancho. Y efectivamente, cuando llegó aquella muchedumbre de escueleros noveleros, ya había un grupo de señores tratando de sacar a la Nía Güicha. Y lo que pasó fue que quizá la tabla de las deposiciones ya estaba podrida, de vieja, no aguantó el volumen de la señora y cabal fue a parar al fondo del escusado. Uno de los del equipo improvisado de salvamento decía que quizá logró agarrarse de la pared del escusado y que por eso se fue en forma vertical, porque si no, no estuviera contando el cuento.  En principio trataron de sacarla con una tira; pero, la santa señora no se podía agarrar con fuerza. Entonces fueron a la iglesia a traer una larga escalera, que se usaba para poner las cortinas para las fiestas religiosas, con la que se podía llegar hasta el fondo del escusado, sin dificultad. Eso sí fue un buen recurso de los improvisados bomberos y poco a poco, quejido tras quejido, la Nía Güicha fue asomando a la luz pública, toda untada de un lodo negro, como asfalto, e incontable gusanos negros que parecía que se la querían comer. Don Oscar Melgar, que siempre ayudaba en la tragedias, fue traer cubetas a su lechería y a puro cubetazo limpio que le lanzaban a prudente distancia, la Nía Güicha fue recuperando el natural color de su piel y entonces le hicieron un improvisado cancel con unos petates, para que se cambiara la ropa, al puro aire libre, para que no se desnudara ante la concurrencia. Minutos antes, don Pancho mandó a comprar todos los perfumitos “Cuatros Rosas” que vendían los marchantes del mercado y además de las enjabonadas que le dieron con una pastilla de Camay, le vaciaron los frasquitos de perfume en todo el cuerpo, aunque la mera verdad el reducto de las viejas deposiciones sólo le llegaron  hasta la cintura. Ante tan singular suceso, que lo supo todo el pueblo,   don Adolfo, el alcalde municipal, en prevención de nuevas e inusitadas tragedias, sacó un bando en que ordenaba, bajo pena de fuerte multa, que en todo escusado se tenía que colgar un fuerte laso, para que el usuario se agarrara cuando “iba afuera” y que no se repitiera lo que le ocurrió a la Nía Güicha. Además, se ordenaba que uno de los hoyos fuera pequeño, para uso de los niños, pues  se podías escurrir en los de la gente grande y gorda y eso sí, ni Dios los salvaba. Y les contaba yo a los maestros que en la costa se sufría otro peligro en eso de los escusados, pues  en la época de lluvias se llenaban de agua filtrada, casi hasta la altura de la tabla. Y uno de los maestros, ingeniero de profesión y el más ocurrente de los amigos, dijo que allí, por las filtraciones de agua, sí se podía decir que uno estaba “anonadado”.