El regreso del DOCTOR ZHIVAGO


Lilian Fernández Hall

Qué escritor, de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura, estarí­a dispuesto a rechazarlo? ¿Rechazar no sólo la suma perturbadora de dinero que el Premio implica sino, fundamentalmente, la consagración que pese a todo significa recibir este galardón? ¿Quién se atreverí­a a rechazar la posibilidad de ser conocido en todo el mundo, ser leí­do por un público masivo, ser traducido a un sinnúmero de idiomas? El Premio Nobel de Literatura, sin embargo, ha sido rechazado; y no una sino dos veces, aunque por razones muy disí­miles.


Probablemente muchos conozcan el no rotundo de Jean-Paul Sartre en 1964, cuando, en carta a la Academia Sueca, el célebre intelectual francés declinó de recibir Premio aduciendo su negativa a ser «institucionalizado», por lo cual, explicaba, tení­a como rutina no aceptar ningún tipo de galardón. También adujo su disgusto por el «tono polí­tico» que, en su opinión, el Premio habí­a adoptado los últimos años. Aunque algunos lo consideraron un coqueteo con la fama y una manera de elevarse por sobre otros escritores, la mayorí­a de las reacciones fueron positivas. Jean- Paul Sartre fue considerado como un intelectual con una lí­nea clara de conducta; alguien que actuaba de acuerdo a su conciencia. Años después, el académico Lars Gyllensten narrarí­a en sus memorias un episodio menos conocido: que Sartre habí­a solicitado a posteriori el dinero asignado a su Premio, el cual le fue negado.

Menos conocido es el doloroso rechazo que el escritor ruso Boris Pasternak se vió obligado a comunicar a la Academia Sueca en 1958. Pasternak, nacido en Moscú en 1890, era un escritor muy reconocido tanto en su paí­s natal como en el extranjero. A los 27 años ya habí­a escrito su libro de poemas Mi hermana la vida (publicado en 1921) que lo habí­a consagrado como un lí­rico de alto vuelo. Influido por el simbolismo y el futurismo, Pasternak era autor de una poesí­a profundamente personal y, a la vez, con un fuerte sentido de universalidad. Hacia los años 30, sin embargo, el poeta ya maduro (que se declaraba revolucionario, pero no afiliado a ningún partido) orientó sus textos hacia una poesí­a de corte social, intentando escribir en un lenguaje más comprensible y menos ornamental. El espí­ritu de la época lo llevó, sin duda, a aspirar a la escritura de una poesí­a para las masas, inspirado por las doctrinas del realismo socialista. Así­, Pasternak escribió varios poemas en elogio a la Revolución y algunos textos autobiográficos como El Salvoconducto (1931).

Durante la ola de persecución polí­tica -conocida como «la gran purga»- en la Unión Soviética a finales de los años 30, Pasternak fue acusado de subjetividad e «idealismo», por lo cual se le impuso la prohibición de publicar, pero logró evitar castigos mayores. A partir de allí­ adoptó un perfil bajo, ganándose la vida como traductor de los clásicos. Fue durante estos años que inició la escritura de su monumental novela Doctor Zhivago, que por contener una fuerte crí­tica a lo que a su juicio eran los desví­os del comunismo, no se atrevió a publicar durante el régimen de Stalin. Sin embargo, el manuscrito logró atravesar las fronteras (algunos dicen que gracias a las gestiones de su amigo Isaiah Berlin, otros postulan que la CIA tuvo que ver en el asunto, aunque sin el conocimiento de Pasternak) y en 1957 la novela fue traducida al italiano y publicada por la editorial Feltrinelli, logrando un enorme éxito de ventas. Doctor Zhivago fue inmediatamente traducida al inglés y empezó a distribuirse por todo el mundo, despertando un interés sin precedentes, no sólo por la calidad de su realización sino por mostrar lo que se consideró una visión «desde adentro» de la transformación que estaba sufriendo la revolución bolchevique.

Ignorando la precariedad de la situación de Boris Pasternak en la Unión Soviética, la Academia Sueca le otorga el Premio Nobel de Literatura en 1958. En un primer telegrama, Pasternak se declara «asombrado y agradecido» por haber sido galardonado. A los pocos dí­as, sin embargo, enví­a un nuevo comunicado donde expresa la imposibilidad de aceptar el Premio. No aparecen con claridad las razones del rechazo, pero Pasternak se declara no merecedor del mismo. Lo cierto era que el escritor estaba enormemente presionado por las autoridades, y no vió otra salida que rechazar el Premio Nobel. Ya desde que las autoridades soviéticas se habí­an enterado de la publicación de Doctor Zhivago em el extranjero, pendí­a sobre él el peligro de la expulsión; luego del Premio, la situación se hizo cada vez más precaria. Pasternak es expulsado de la Sociedad de Escritores y a partir de allí­ se hunde en un hermetismo que continuará hasta su muerte poco después. Boris Pasternak fallece en la ciudad de Peredelkino, en las afueras de Moscú, en 1960.

Muchos años después, cuando Mijail Gorbachov introdujera la apertura o «glasnost» y la Unión Soviética iniciara el camino a su disolución, la memoria y la obra de Boris Pasternak serí­an rescatadas. En 1988 se publica por primera vez Doctor Zhivago en la Unión Soviética, y al año siguiente, Evgenij Pasternak, hijo del escritor, es autorizado a recibir el Premio en nombre de su padre.

DETRíS DE LA ESCENA

Hace apenas unos dí­as, la Academia Sueca levantó el secreto de los archivos de 1958 (las reglas de la Academia mantienen la documentación de las sesiones en secreto durante 50 años) donde se dan a conocer los pormenores de la elección. Allí­ nos enteramos que Pasternak habí­a sido nominado ya en 1946 por el académico inglés C. M. Bowra, quien recomendaba su exquisita obra poética «de altí­sima calidad». Durante los años 50, Pasternak fue nuevamente propuesto por varios estudiosos, entre ellos el renombrado teórico ruso-americano Roman Jakobson desde Harvard y el sueco Harry Martinsson, entonces miembro de la Academia y posteriormente también galardonado con el Nobel. Lo cierto es que fue gracias a la publicación de Doctor Zhivago que la Academia finalmente se decidió a otorgarle el Premio. Según los documentos, los académicos suecos fueron totalmente inconscientes de las consecuencias que la designación acarrearí­a, no sólo para el mismo Pasternak, sino para las relaciones de la Academia con la izquierda sueca (se dice que el Primer Ministro sueco Tage Erlander, socialdemócrata, maldijo públicamente la elección) sino para las relaciones entre Suecia y la entonces Unión Soviética.

Unos años después, en 1970, la Academia Sueca madurarí­a la decisión de premiar a otro escritor ruso: Alexander Soljenitzin, autor de, entre otras obras, la novela testimonial Un dí­a en la vida de Iván Denisovich, que describe la vida de un prisionero (el mismo Soljenitzin) en un campo de concentración durante la época de Stalin. Esta vez, los académicos tomaron sus precauciones consultando discretamente al Embajador sueco en la Unión Soviética. A pesar de los comentarios tranquilizadores de las autoridades, las consecuencias fueron enormes para el premiado. Soljenitzin aceptó el Premio Nobel de Literatura pero declinó de viajar a Estocolmo para participar en la ceremonia de entrega, por miedo a que se le impidiera su regreso a la Unión Soviética. Y así­ se iniciarí­a otra historia de consecuencias impredecibles de este premio tan preciado. Pero ésa es otra historia.