El 26 de agosto de 2009 falleció el senador Edward Kennedy, campeón de la justicia social en Estados Unidos y persona solidaria con las luchas de los pueblos en el mundo. En su larga y fructífera vida, pese a ser parte de la clase política de una nación con ansias imperiales, siempre colocó al tope de sus prioridades las aspiraciones y preocupaciones de las grandes mayorías. Con su contribución intelectual, acciones honestas y compromiso profundo, Ted Kennedy seguirá siendo un ejemplo para los políticos de todo el mundo.
Ted Kennedy no pudo llegar a ver el restablecimiento del orden constitucional en Honduras, porque el Gobierno de Estados Unidos no ha actuado con la energía necesaria para enfrentar a los usurpadores. Después de dos meses del golpe de Estado, el presidente Obama traslada una imagen de debilidad e impotencia frente al poder oscuro y paralelo que hizo posible el golpe y lo sostiene. Ha habido renuencia a aplicar las medidas mínimas necesarias. Como se dice en la convocatoria a la marcha por Honduras, hoy en Nueva York: «Estados Unidos, con el falso argumento de que no quiere intervenir en los asuntos internos de ese país, se rehúsa a tomar medidas drásticas contra el gobierno de facto, mientras que hay acusaciones de que hubo participación de militares y diplomáticos estadounidenses en el golpe de Estado y, recientemente, congresistas Republicanos viajaron a Tegucigalpa a ofrecer apoyo a los golpistas».
En el golpe de Estado en Honduras se observan viejos paradigmas de intervención. La manipulación de los medios de comunicación y de sectores de las capas medias y la participación de la Iglesia Católica y otras instituciones muestran la similitud con el golpe de Estado contra írbenz en 1954, al que la CIA denominó «Operación Exitosa». Igualmente, se distingue el paradigma empleado en el fallido golpe de Estado contra Hugo Chávez; pero reciclado de manera que el presidente Zelaya fuese expulsado del país. Y acá se distingue otro paradigma, el empleado por Bill Clinton para sacar del poder a Aristide, en Haití, e impedirle concluir su período constitucional. El presidente Obama puede ser atrapado por estos paradigmas del pasado o romper con ellos, definitivamente, y dejar que el pueblo hondureño decida en plena libertad.
Esta opción constituiría el necesario reoxigenamiento de Estados Unidos frente a América Latina. Pasa por el incremento de la presión política, diplomática y económica contra los golpistas. Hay que cortar los 190 millones de dólares de la Millennium Challenge Corporation, al igual que se hizo luego de golpes de estado en Mauritania y Madagascar. Hay que cortar la visa a los responsables del golpe, cuya larga lista es ya conocida, así como congelar sus activos. Hay que reducir el comercio a su mínima expresión, limitado a alimentos y medicinas. Y la medida más importante: no aceptar como legítimo ningún proceso electoral en manos de los golpistas.
Desde luego, el pueblo de Honduras es quien, en última instancia, definirá el futuro de ese país. La resistencia pacífica continuará hasta que la paciencia se colme. Y ese pueblo, como las marchas de hoy demuestran, no estará solo. Como ha dicho la solidaridad internacional: «Hoy, todos somos Honduras».