El racismo, un mal que pocos denuncian


La exclusión y la discriminación constante a la persona que en algunos casos son temas de análisis, son secuelas inhumanas del racismo histórico que prevalecen en el paí­s, pero pocos la explican y se atreven a señalar.

Pedro Mateo
chamateo99@hotmail.com

Durante los últimos años ha habido casos de discriminación que en su momento obligaron al Congreso de la República a tipificar dicha conducta como delito, pero lamentablemente no se tomó como una circunstancia agravante el racismo, es decir, exteriorizar conductas con la creencia que el color de la piel y ostentar el poder es sentirse superior a otro u otros. Rigoberta Menchú Túm, Premio Nobel de la Paz, fue discriminada por miembros de la familia Rí­os Mott, caso que se ventiló en los tribunales y se dictó sentencia, pero de fondo hubo perversión racista, comprobada mediante la insolencia de los responsables, quienes exaltaban con sus hechos seguir ejerciendo el poder polí­tico.

La doctrina del racismo afirma que la sangre es la marca de la identidad nacional-étnica y sostiene que las caracterí­sticas innatas determinan biológicamente el comportamiento humano, pero eso no pasa en el paí­s, sino son estereotipos de familias que la profesan, dividen a la población y menosprecian al ser humano. Son cautos en exteriorizarlos, pero lo demuestran por el sector dónde residen y a la vez implementan estrategias polí­ticas de desprecio a los que habitan los asentamientos, colonias y comunidades rurales.

El racismo es una herencia del colonialismo de nuestra historia que se manifiesta en forma humillante, induciéndonos a crear la lucha de clases, diferenciando adinerados de pobres. En los departamentos se reproducen los modos de vida capitalina, expresadas en palabras denigrantes como escuchar «Vos indio no voy darte ningún salario por tonto y dejado». Lo peor es contagiar a las familias sencillas, haciéndolos creer que el vecino con poder económico es superior a los demás, llegando al extremo que el trabajador es un indio mendigando salario de pobreza; que los aldeanos o campesinos son originarios de tierras desconocidas o la mujer indí­gena es excluida por el hecho de utilizar un traje.

Recientemente conocí­ un informe de la presencia de los pueblos indí­genas, campesinos, mujeres y el tema SIDA en las notas periodí­sticas departamentales de los medios escritos, elaborado por la agencia de noticias CERIGUA. El documento constata el trato desigual entre personas por su cultura, postura polí­tica, el lugar donde vive y la situación económica. Es poca la cobertura de la población indí­gena que vive en situación de pobreza, contrario a la promoción que se les hace como objetos turí­sticos. Los campesinos son noticias cuando ocupan tierras, bloquean carreteras y son desalojados violentamente, pero no se informa de las causas de la conflictividad agraria. Las mujeres son relegadas por el entorno machista, lo que limita la información sobre los orí­genes de la exclusión del sector femenino.

En la polí­tica partidista, medios de comunicación, dependencias públicas, barrios y en los centros comerciales se observa y se siente la máxima expresión del racismo como una práctica común. Nadie se atreve a denunciar para no afrontar los costos que ello conlleva, lo cual sólo facilita la continuidad del fenómeno. Es necesario erradicar estas diferencias, ya que podrí­a desencadenarse en una guerra interna entre culturas y lamento que muchos intelectuales, incluyendo indí­genas conocedores de la realidad, hablan de discriminación y omiten el racismo.