El racismo según Marta Elena Casaús


Eduardo-Blandon-Nueva

Si se pudiera resumir en pocas palabras la conferencia ofrecida ayer por Marta Elena Casaús Arzú en la Universidad Rafael Landívar, sería que el Estado guatemalteco durante todos los tiempos ha sido “autoritario y excluyente”.  Dicha conclusión, dijo, es evidente y ha sido producto de un trabajo de investigación genealógica que afortunadamente hoy rinde sus frutos.

Eduardo Blandón


Casaús se desenvuelve en el tema del racismo a sus anchas: conoce el tema y lo desarrolla con una pasión en la que en medio de las emociones es capaz de pasar de las anécdotas irrisorias a la vergüenza indignante por los comportamientos irracionales de quienes practican (practicamos) el prejuicio y el desprecio hacia los excluidos.

Para la investigadora, en Guatemala jamás hubo un “proyecto ladino de nación”, pero insistió en que “los aparatos ideológicos”, entre ellos la escuela y la intelectualidad, especialmente los escritores, forjaron el imaginario racista guatemalteco del cual difícilmente logramos despojarnos en pleno siglo XXI.
 
El único proyecto de nación que pareció evidente en el pasado, afirma Marta Elena, fue el de “blanqueamiento”.  Es curioso, explica, mientras en otros países se abogaba por la hibridación, el mestizaje y la conjunción, nosotros insistíamos en el tema de la raza.  Hubo un proyecto de nación eugenésica, indicó.
 
Nuestros intelectuales, siguió, no hicieron la diferencia: fueron hijos de su tiempo.  Es el caso de Miguel Ángel Asturias y Carlos Samayoa Chinchilla, entre otros, quienes adoptaron el paradigma spenceriano y afirmaron con sus escritos la teoría de la degeneración de la raza.  De esto se salvaron pocos intelectuales, entre los que hay que rescatar, por ejemplo, a Carlos Wyld Ospina.

El racismo ha sido entonces, expresa, el eje vertebrador que explica la historia de Guatemala.  Aunque hay que reconocer, defiende, que el país ha cambiado.  De esa cuenta reconoce el trabajo propositivo de Rigoberta Menchú, Demetrio Cojtí, Irma Alicia Velásquez, José Ramón González Ponciano y Avancso, entre tantos otros.  
Los prejuicios y el racismo, concluyó Marta Elena, no han terminado con el siglo XXI: los prejuicios siguen latentes.  Todavía cuando se habla del indígena se hace en términos de folklore, no de protagonista imprescindible en las actividades del país.  Es necesario, dice, negociar y renegociar las identidades, ser ciudadanos conscientes y sobre todo no callar: tenemos que denunciar los atropellos y la invisibilización del indígena.  «Hay que generar espacios de sociabilidad».