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Una mujer fue a visitar a una amiga muy querida, llevándole como regalo un hermoso racimo de uvas.
– Te traigo estas uvas que he cultivado en mi huerto- le dijo. La buena mujer recibió con gratitud el presente y luego pensó:
«Lo guardaré para mi hija cuando vuelva esta tarde de la escuela, ella lo necesitará más que yo, pues seguramente vendrá muy sedienta»
Pero la niña al recibirlo reflexionó: «Mi padre merece este racimo de uvas más que yo. Se lo daré cuando vuelva de trabajar».
De esa manera, el padre recibió el racimo pero lo dio al hijo pequeño quien lo tomó y dijo: «Me gustan las uvas, pero le daré este racimo a mamá, a ella le gustan también» y llegó a ofrecérselo.
La madre al recibirlo de nuevo rompió en lágrimas de alegría, regocijada y dando gracias a Dios por tener aquel hogar donde reinaba el amor en forma tan hermosa. Porque efectivamente esa familia sí conocía el verdadero amor, que circulaba entre ellos como en un mismo corazón.
Algunas veces no importa tener las
manos vacías, si se tiene rebosante
el corazón.