El rábano por las hojas


No tengo claro si el hábito de agarrar el rábano por las hojas (como reza el dicho) es un acto accidental, al que se llega de manera casual, por ignorancia o error en el razonamiento o, simplemente, por mala voluntad para confundir y hacer que los incautos se extraví­en y terminen discutiendo sobre marcianos.

Eduardo Blandón

Digo esto porque a veces quienes expresan opinión sobre temas controversiales (columnistas o participantes de programas radiales) suelen irse por las ramas, evidenciando a los cuatro vientos al menos dos cosas. Una es la poca capacidad para hacer apologí­as. Como defensores de principios e ideas están en la calle de la amargura, no hay imaginación, falta creatividad y así­ los argumentos suelen ser escasos y débiles. Y dos, la escasa capacidad de raciocinio. Quienes pretenden hacer debate parten del pecado original de la incomprensión sobre el objeto de la discusión. Como no se ha entendido, ni modo, se concluye hablando de ovnis o de Pedro Infante.

Un ejemplo de lo que digo es la larga discusión que en los últimos meses ha generado el tema de la minerí­a. Es claro que el Cardenal Quezada Toruño no ha dicho que se opone al desarrollo del paí­s, a la explotación de la riqueza y al beneficio de la inversión extranjera. Ha llamado la atención sobre lo injusto que significa que las compañí­as extranjeras, como producto de la falta de legislación y descuidos semivoluntarios, se lleven a sus paí­ses la mayor parte de las utilidades dejando en Guatemala sólo migajas. Asimismo, ha advertido que la explotación minera debe hacerse respetando reglas mí­nimas (usadas en naciones desarrolladas) para evitar la contaminación en los lugares de extracción.

Lo que revela la posición del Cardenal es la preocupación por el bienestar de todos, porque se conciba el desarrollo de manera integral, no sólo como una obtención de utilidades a cualquier precio. Teme porque esos proyectos beneficien sólo a unos cuantos a costa de contaminar el paí­s, sus rí­os o lo que sea. Ese es el espí­ritu de su pensamiento.

Luego vinieron los apologetas de la minerí­a agarrando el rábano por las hojas. Uno dijo que el Cardenal deberí­a entender el beneficio de la minerí­a (¿?). El otro afirmó que el Arzobispo es un ignorante en economí­a y en temas como la minerí­a el prelado hace el ridí­culo. Y así­, uno y mil artí­culos «ad hominem» para descalificarlo, pero pocos para demostrar lo contrario de las preocupaciones del Jerarca de la Iglesia. La insensatez privó y la mayorí­a insistió -en raras ocasiones- en que las utilidades estaban a la vista (aunque evitaron decir que los inversionistas se llevan la mayor parte de las ganancias) y que no se contaminaba (aun y cuando la evidencia dice lo contrario).

Si se repasan los periódicos y se escucha la radio la historia no tiene fin. Cuando se le pregunta al polí­tico sobre las polí­ticas para combatir los altos í­ndices de violencia, termina explicando que no hay tales «altos í­ndices», que la situación es «normal» dada la cantidad de habitantes del paí­s. ¿Y los asesinatos a los conductores de buses? «Eso se da porque en algo andan metidos los choferes, ese gremio no es de santos». ¿Y la cantidad de violencia que se comete contra las mujeres? «La mayorí­a son jóvenes enroladas en maras. El número es mí­nimo si se compara con la muerte de varones. ¿Qué raro que nadie se pronuncie sobre la muerte de los hombres?».

Esa es nuestra temible lógica, esos son los argumentos usados. Tanta racionalidad harí­a resucitar (para volverse a morir) al mismo Aristóteles. Sin embargo, todaví­a me pregunto si eso de agarrar el rábano por las hojas no será más bien una estrategia inteligente de los que hacen opinión. No serí­a descabellada la idea. Piénselo.